ANA SOFÍA PÉREZ-BUSTAMANTE MOURIER
MERCEDES ESCOLANO, CON EL MAR EN LAS VENAS
La aparición de Mercedes Escolano en el panorama lírico vino a coincidir con el boom de las mujeres a principios de los ochenta. Tenía solo dieciocho años cuando se publicó en 1982 su libro Marejada, y veintiuno cuando Ramón Buenaventura la incluyó, en 1985, entre sus Diosas blancas.
Es Mercedes poeta de talante irónico y sensual. Ella misma se explica en su poética «Hagan juego» (La plata fundida, 1970-1995 (25 años de poesía gaditana), Ed. A. Luque, Cádiz, Quórum, 1997): «Desde que uno se convierte en animal literario, la realidad nos parece sórdida, vulgar, poco apetecible, e inventamos un tipo mucho más atractivo, provocador incluso, por el que morirían de amor nuestros lectores. [...] Busco protagonistas que encarnan sentimentalmente al hombre o la mujer que no soy. [...] Lo primero que pienso es el escenario (un paisaje grecorromano, el mar en sus múltiples formas, la ciudad como arma de doble filo, la intimidad de la casa) y allí toman cuerpo el amor y la muerte, como personajes que bien podrían ser de carne y hueso, bien sólo de ficción. El mensaje es sencillo: sólo merece la pena vivir cuando se pone pasión e intensidad sobre el tapete. [...] Hace muchos años comprendí que la Literatura no ha de ser siempre un producto serio, sensato, honesto. ¿Por qué no intentar algo más desenfadado y violento, más peligroso y vibrante? [...] De una mujer poco modosa, caprichosa como yo, ¿qué poesía cabría esperar?». Pero detrás de la ironía de Mercedes, de su fuerza y su humor, hay un creciente sentido trágico de la vida. El amor y la muerte comparecen en sus poemas desde el principio: es como un afán de «amor/ir» «a/morir», desesperado.
De Escolano hemos visto, primero, una poesía neoerótica de ambientación marítima y clasicista pero con un punto irracional sin duda relacionado con el grupo sesentayochista «Marejada», devoto de Carlos Edmundo de Ory. En este ciclo se inscriben Marejada, Las bacantes (1984), el cuaderno La almadraba (1986) y Felina calma y oleaje (1986). Luego dio la autora un giro hacia un lenguaje más emparentado con el de la poesía de la experiencia. De la segunda mitad de los años ochenta arrancan dos Mercedes que se sobreponen a la primera; una de ellas conserva los marcos clásicos y el sonido del mar con un espíritu de epicureísmo sereno: es la autora del libro Estelas (1990). Otra, prescinde del clasicismo y casi del mar para inscribirse en marcos urbanos con una ironía más reconocible y un regusto nocturno de desencanto sólo aparentemente canalla: es la autora de los antihéroes frágiles de Malos tiempos (1997) y No amarás (2001).
Su último libro, Islas (2002), parece rizar un rizo difícil, porque de alguna manera recoge, por el mar, los atunes y los héroes míticos, el feeling y el imaginario de la Mercedes primera, pero ya para siempre mezclado con el lenguaje y la sabiduría de las dos segundas Mercedes. Estas, sin embargo, siguen siendo fieles al fondo sentimental de aquella. La diferencia que va de una a otras se condensa en las imágenes simbólicas: lo que al principio se planteaba, ya desde los títulos de los libros, como identificación o inmersión en el mar, ahora es isla: soledad, frontera, agudizada percepción de la distancia entre el deseo y la realidad.
Si en los años de carrera dirigió Escolano la revista de poesía Octaviana (1986-1989), ahora dirige, bajo el patrocinio del Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial de Cádiz, los exquisitos pliegos de poesía «Siete Mares». Una de las entregas, la n.º 5, es suya: Fascinación del Atlántico (Cádiz, enero 2007). Es una colección cuya melancolía ya se presagiaba en Islas pero aquí se intensifica notoriamente. El mar es un Leitmotiv que ya venía de lejos (recordemos el poema donde leíamos: «Aprendí de los libros cuanto ellos / quisieron enseñarme. El resto, / escrito estaba en las orillas/ del mar: flujo y reflujo constante, / sólo la muerte explica la vida». Ahora, una Mercedes que ha ganado en contemplación y en amargura nos ofrece este magnífico monólogo de Pío Baroja, su correlato objetivo:
PÍO BAROJA JUNTO AL MAR
No soy hombre de acción.
Me limito a mirar
el movimiento humano, su continuo vaivén.
Observo y escribo
circunstancias que a todos nos envuelven.
Soy un hombre indolente
junto al mar.
Las olas vienen a morir un día y otro,
ajenas por completo a mi presencia,
contra este malecón.
El mar me ha modelado
contemplativo, melancólico, ecléctico.
Robó el escaso vigor de mi sangre
y me tiene a sus pies
como un amante dócil.
Cuento historias de barcos.
Me imagino a bordo de ágiles veleros
que cruzan veloces el Atlántico
bajo un sinfín de estrellas.
Desde tierra el mundo parece
pequeño, insignificante.
A bordo, en cambio,
la vida adquiere dimensiones trágicas.
Continentes, vientos huracanados, arrecifes
atraviesan los ojos del hombre
que se atreve a surcar océanos.
Sus brazos enfilan trópicos
como velas audaces,
domeñan las tormentas y conducen las aguas.
Se lleva el mar en las venas.
Se nace con él
y uno tarda toda la vida
en escupirlo.
Este texto fue publicado en la página web del Centro Virtual Cervantes, el viernes 20 de Junio de 2008.
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