ISLAS

Através do teu coração passou um barco

Que não pára de seguir sem ti o seu caminho.

 

Sophia de Mello Breyner Andresen

 

 

 

          Las islas son territorios míticos por excelencia, pues en ellas fácilmente tiene lugar lo imaginario. Son universos cerrados, replegados sobre sí mismos, con sus propias leyes; lugares en los que lo exótico, extraordinario y maravilloso encuentran cobijo. Dioses y humanos conviven en islas desde la Antigüedad, conformando un espacio mítico lleno de encanto que ha atraído a todo tipo de viajeros y lectores.

 

          Su diversidad sorprende: hay islas utópicas, en las que no existe la vejez, el cansancio, la muerte; islas legendarias de difícil localización, pero con indicios de verosimilitud; islas famosas por las materias primas que poseen o por su belleza paradisíaca; islas que han ido desapareciendo de los mapas a medida que los conocimientos geográficos avanzaban y se comprobaba su inexistencia; islas fantásticas, productos de una imaginación desorbitada, en las que ocurren hechos inverosímiles; islas que aparecen y desaparecen ante los ojos del vigía; islas flotantes, a la deriva; islas de sal que reverberan con la luz del sol; islas pobladas tan sólo por mujeres; islas sumergidas...

 

          Todas ellas se hallan en lejanos confines. Tu fantasía te ayudará a navegar de isla en isla, atravesando los siete mares, ora con viento en calma, ora bajo furiosas tempestades. Ten paciencia si no encuentras la ruta, tarde o temprano arribarás a ellas. Si estás dispuesto a navegar –y naufragar– éste es tu libro. Puedes leerlo en el orden que te apetezca pues eres tú quien decide el rumbo. Toma el timón y disfruta.

 

Mercedes Escolano

 

LAS ISLAS DEL SUEÑO

 

Fuera de las rutas, más allá del mar

conocido, hay islas sin pájaros

donde crecen los árboles del sueño.

Los navegantes que a ellas arriban

quedan sumidos en un profundo sopor

que invade sus miembros y los paraliza.

Por el número de huesos esparcidos

junto a los troncos, se calcula

el número de infortunados.

 

LA ISLA DE LAS MUJERES

 

Cuando al amanecer, calmados los vientos

que horas antes agitaban las jarcias,

los tripulantes decidieron dirigirse a la isla

en busca de agua y provisiones,

eligieron una bahía serena y recogida

para desembarcar. Ya en tierra firme,

sobre cada uno de ellos se abalanzaron

más de cien mujeres, y cada una

se disputaba al hombre elegido,

y los hombres, exhaustos,

obligados a gozar sin parar

de todas y cada una de las hembras,

morían con los ojos en blanco.

 

ÍTACA

 

La bajamar se lleva a los muertos.

Nadie sabe adónde.

 

Si a islas de coral con abundante pesca,

si a playas donde nunca sopla el viento.

Se los lleva y no vuelven

a llenar nuestras vidas.

 

Lentamente

la bajamar los seduce,

los engalana uno a uno

con su collar de algas.

 

Cuando muera,

ven a espiar la marea y ver

cómo va lamiendo mi corazón

hasta dejarlo reluciente.

 

LA ISLA MÓVIL

 

Cuando el náufrago despertó

notó que la isla se movía.

Sus miembros estaban extenuados

por el duro luchar contra las olas

y apenas si podían mantenerse

sujetos a la aleta. La ballena

avanzó lenta y segura hacia el barco

y, de súbito, lo arrojó sobre cubierta.

Los marineros no daban crédito,

pero allí estaba el hombre, llorando,

y allí la ballena, alejándose.

 

LA ISLA DE LOS ATUNES

 

Sus cuerpos se aproximan

con la velocidad del poniente,

una nube de agua sus aletas levantan.

Bordean la costa ajenos al peligro,

dispuestos a cumplir el rito

anual de su viaje.

En silencio, al acecho, camufladas,

decenas de redes los esperan.

Hoy la isla se teñirá de rojo

y en medio de tanta barbarie

flotará el olor dulzón

de las hembras preñadas.

 

ALBORÁN

 

Todas las medusas

vienen a morir a esta isla.

Enredan sus látigos en la pleamar

y suspiran lentamente

satisfechas del largo viaje,

siguiendo el curso de la marea

hasta que encallan en las rocas.

 

Tal vez atraídas por el faro,

se lanzan a una muerte segura.

Al amanecer, las gaviotas

se dan un festín de carne pálida.

 

LA ISLA DE LAS SIRENAS

 

Al atardecer del decimocuarto día

el viento fue aplacándose

y finalmente amainó del todo.

A remo alcanzamos la isla,

desembarcando en una bahía mansa.

Igual sería a otras islas si no fuera

porque en ella habitan sólo

mujeres de inusual belleza.

Preñadas por el viento, paren

mujeres similares a ellas.

Desnudas, se contonean como peces

y se escurren de las manos

del hombre que intenta tomarlas.

 

CÁDIZ

 

 

I

 

Cuenta al-Qazwini, viajero

del siglo sexto, cosmógrafo poco exacto,

que el mar permaneció revuelto

y la isla a salvo hasta el cuatrocientos.

 

Sobre el faro se alzaba una estatua:

el rostro girado a noroeste,

el brazo izquierdo extendido,

apuntando a alta mar con el índice,

y una llave en su mano derecha.

 

“La llave fue robada

y la estatua derruida,

se pensó que escondía algún tesoro”,

confiesa el cronista.

 

 

 

II

 

La ciudad semejaba un bergantín

apuntando al mar abierto con su proa.

Temerosa de una larga travesía,

apretaba fuertemente

su mano a tierra firme.

El levante la empujaba a veces.

Desplegaba su velamen

y creíamos verla zarpar por momentos.

Las rocas la frenaban

en poniente. Encallada,

se mantenía a flote, imberbe aún

para navegar turbulentos mares.

 

 

 

III

 

Todas sus calles van a dar al abismo

y un aire refrescante

se cuela hasta la plaza.

En medio se levanta un palacio.

Sus puertas y ventanas permanecen

abiertas día y noche.

Los vientos, imitando a los hombres,

han construido una isla a su capricho.

Minotauro es su veleta.

 

 

 

IV

 

Ácida, pura cal, su luz.

Sábanas en las azoteas

miden el horizonte.

Ágil, se asoma al mar

en un alarde: balcones,

cierros, balaustradas, torres vigías.

Al atardecer, las casas se estrechan

elevándose al cielo,

la isla se llena a ráfagas

de pájaros verticales.

 

LILIPUT

 

El corazón del hombre es endeble.

Vanidad y temores sin fin

se dan cita en la casa del hombre.

Pequeñas son sus puertas y ventanas.

 

Una isla puede reunir cuanto anhelas.

Tantos lujos ofrece que no abandonarías

la arena dorada de sus playas.

Pero has despertado del sueño

y descubres el tamaño real de la vida.

El odio te convierte en náufrago de nuevo.

 

LA ISLA DE SAL

 

Las casas y las cúpulas son blancas,

tersas y brillantes desde el horizonte.

Quienes dirigen sus miradas hacia la ciudad

cegados quedan momentáneamente,

como si mirasen directos al sol poderoso.

Cuanto más se acerca el barco

más se aleja la isla,

siempre inaccesible.

Finalmente, los hombres apartan los ojos

hacia otra ruta, vencidos

por la montaña mágica.

 

ISLAS MÍTICAS

 

Como Michael Ventris, Milman Parry

y otros elegidos, yo también

he muerto a los treinta y tres años.

Ningún lector de Homero aguantaría

esta costa bañada de aves migratorias

y los ojos cargados de sal,

un volante que impide

otear las mareas,

medir la distancia con los dioses.

Por el filo del mar ningún barco se acerca.

¿Por qué tardas, Ulises?

¿Qué te entretiene?

Tengo preparadas las armas

para piratear islas a tu lado.

 

CRETA

 

Junto al muro de cal

crecen higueras y unas parras

bien pobladas, con sus frutos

orondos colgando hacia la tierra.

Crecen el romero y el lentisco,

el jazmín y las adelfas

venenosas, palmeras

cimbreantes y espigadas.

Pero el olor predominante

en esta isla

es el naranjo: acorralado

por el mar, intenta seducirlo

con su aroma,

igual que haría

una mujer en celo.

 

ISLA PERDIDA

 

Toda mujer es una isla,

cabellera de espuma,

muslos dorados de arena

suavísima.

Toda mujer es una isla

sin corazón, náufrago

flotando a la deriva

que antaño tuvo barco

y rumbo cierto.

Toda mujer es una isla

entre la niebla

húmeda.

 

LA ISLA DE FUEGO

 

Pequeño mundo de lava

negra,

peñón arisco

para nubes y pájaros.

Tu acantilado resuena en mis oídos

con el fragor de hundidos

galeones

que perdieron su oro

en la galerna.

 

En lo alto del azufre

se alza un faro apagado.

Antiguamente iluminaba

un falso camino a los barcos:

creyéndose a salvo con la luz,

iban derechos al arrecife.

Y allí crujían sus miembros,

y allí expiraban

quebrados.

 

LA ISLA DEL TESORO

 

Es larga y penosa la travesía,

pero finalmente surge

como una flor silvestre

al horizonte.

Alborozados, los nativos

nos reciben con frutas exóticas

y ruidosos saludos

en una extraña lengua.

Bosques de palmeras

y doradas playas

conforman el paisaje.

Lejos de las rutas comerciales,

¿quién iba a adivinar

un tesoro escondido?

El sol, el mar, el viento

fresco del atardecer

¿pueden acaso igualarse

a los doblones que un bucanero

dejara olvidados?

 

LA ISLA DE PAPEL

 

En los confines del mundo

los dioses han inventado una isla.

Las olas no consiguen llegar hasta sus playas.

Los vientos no la alcanzan.

Ningún hombre ha hollado su arena virgen.

Se encuentran allí todos los libros

que hablan de los dioses.

¡Y cómo ríen de sus propias aventuras!

¡Y cuánto les divierte ser protagonistas

de tan crueles historias!

 

MYKONOS

 

En medio del turquesa mar,

cubierta por limoneros y olivos

plateados, nos observa.

A media tarde fondeamos

en una cala protegida de los vientos

y ascendemos la colina.

Por el aire se esparce

olor a huerto íntimo.

Despacio, muy despacio,

la tarde va cayendo y la luz

apagándose en las olas.

Tiembla la tierra al recibir la noche.

Bajo un manto estrellado

al fin alcanzamos la cumbre:

un santuario de cúpula encalada

nos recuerda las locuras del hombre,

su afán por dominar lo insondable.

Alguien mandó grabar en piedra

un verso de aquel ciego

soñador de luminosas islas:

“La muerte a sus propias locuras debieron”.

 

POLINESIA

 

Hemos pisado islas de manglares,

de coral, de lava negra,

de arena y sal y juncos;

islas salvajes en medio del océano;

islas cercanas a la costa

al bajar la marea.

Todas nos recibieron

sin pedir nada a cambio.

Agua y frutos

hemos tomado sin medida.

 

Así debiera ser nuestro amor,

como árbol que entrega su sombra,

como ola que esparce su espuma,

como isla que ofrece su espacio

reducido y nos cobija

del mar tempestuoso.

Y si un día zarpásemos de nuevo,

quedaríamos agradecidos

como peces y pájaros están.

 

CERDEÑA

 

Recogíamos sal

aquella mañana de verano

en medio de una luz cegadora.

Montañas simétricas

iban creciendo acá y allá

como velas desplegadas de un barco.

¡Quién surcara con ellas

el mar!

¡Quién dejara atrás

los esteros!

 

Las gaviotas rozaban con sus alas

la blanca espuma apilada

en las vagonetas

y a lo lejos,

con ojillos inquietos,

reverberaba un mar antiguo.

 

LA ISLA DE HIELO

 

Para Manuel López Doña

 

Un iceberg ha recogido

la soledad de un náufrago.

 

Iceberg y náufrago

van a la deriva, helados.

 

El náufrago consigue

prender una fogata.

 

El corazón del iceberg

comienza a calentarlo.

 

A medida que el iceberg se derrite,

la muerte se aproxima al náufrago.

 

LA ISLA IMÁN

 

Su corazón atrapa a solitarios

barcos y enloquece

el norte de sus brújulas.

Arrastrados hacia esta costa última,

encallan finalmente

y, exhaustos, se escoran

cual gaviotas vencidas

a su ley.

 

Su corazón les prende un ancla

y los fondea

por siempre a pie de playa.

Con los años, el hierro

va adquiriendo una pátina verdosa

que atrae los rayos y tormentas.

El mar va desguazando

la carne abierta y lame

los bordes de la herida.

 

ISLA DE BABEL

 

Miles de pájaros llegaron a la isla

desde el Norte

y ocuparon con júbilo las ramas.

Hablan lenguas distintas

y conjugan verbos insólitos

en medio de una alegre algarabía.

Día y noche, un aleteo continuo.

Día y noche, una charla incesante.

Día y noche, el insomnio.

Miles de pájaros morirán agotados

antes de regresar al hemisferio Norte.

 

LA ISLA SIN SUEÑO

 

Un navío perdido en una pesadilla,

un navío que no puede de noche

atracar en el muelle soñado

y se afana, furioso, por atar al noray

la maroma pesada de su vida...

Soy el amante insomne que te cerca

con velas desplegadas al viento

y se esfuma como barco fantasma

con las primeras luces del día.

 

Sin descanso, mi bandera pirata

te recuerda un tiempo de tesoros

dormidos en los fondos arenosos.

Mi único botín fue conseguir tu sueño.

 

ISLA ANÓNIMA

 

La madrugada traerá brisa en las velas,

rosas y puntos cardinales.

Yo pondré la bitácora de mis besos

y tú el ancla de tu abrazo

sobre cubierta, dejando

dispuesta la fragata.

¡Cuánto horizonte por delante!

¡Cuántos meridianos que cruzar!

¡Cuántas singladuras

en puertos extraños!

 

El final de nuestro viaje

tiene hechura de isla

sin nombre.

Una aventura así sólo es para

los grandes cazadores de tormentas:

barcos enamorados que arbolan sus mástiles

en busca de lo anónimo

por el simple placer de sentir

el viento contra el rostro.

¡Zarpemos al alba!

 

ISLAS VÍRGENES

 

Igual que barcos, las islas

dejan estelas en la camisa del mar.

Cual ojales, son profundas

heridas salobres.

Respiran con la marea,

los vientos las empujan a capricho

y con los brazos cargados de sueño

el cielo las toma por esposas.

 

LA ISLA OMEGA

 

Duermen bajo las aguas

aquéllos que zarparon

en busca de metáforas.

Hallaron tierras diversas,

pero nunca La Isla.

 

Cansado, el mar fue agrietándose

con el pasar de los años

y tormentas voraces

doblegaron su cuerpo de espuma

hasta hundirlo.

 

A veces, cuando añoran

lejanas navegaciones,

suben del fondo y otean

los horizontes, por si surge

la tierra que les fue prometida.

 

LA ISLA DE CRISTAL

 

Primero se agotaron los víveres,

más tarde el agua dulce, toda

posibilidad de subsistencia.

Los que morían eran arrojados

por la borda al amanecer,

acompañados de un débil rezo.

Nadie se ocupaba del timón

y el barco flotaba a la deriva,

sin más rumbo que el olvido.

Enloquecidos, divisaron una isla

e imaginaron pájaros entre el verdor,

arroyos de agua limpia

y tentadoras frutas en los árboles.

Aún lloran lágrimas saladas

ante tal espejismo.

 

ISLA DE RON

 

Las tabernas del puerto

se han llenado de humo gris

de pipa y los vasos

son apurados con prisa

por marineros que han de zarpar

con la marea del amanecer.

 

Rebosa en la isla el bullicio

previo a toda travesía.

En las bodegas del barco

van apiladas mercancías

que cruzarán el Atlántico

en frágiles cajas de madera.

Peligros les esperan en alta mar

cuando bajen errantes

los brazos del iceberg.

 

Suena en las tabernas

un chocar de vasos y monedas,

una música dulce y rubia

traída desde lejanas tierras.

Son las últimas horas,

borrosas en la memoria

como un pañuelo blanco.

 

 

CABRERA

 

Lavábamos los cuchillos:

el agua se coloreaba de crueldad

y de repente adquiría conciencia del asalto.

Arrojábamos los cadáveres

en lechos de algas,

baldeábamos la cubierta y,

limpios ya del pecado,

repartíamos el botín

en un atardecer de olores acres.

Piratas más crueles nos han precedido,

ésos que tienen por consigna

dejar vivir o matar

—por puro antojo—

igual que haría un dios.

 

ISLAS DEL EGEO

 

La barcaza lentísima de mi vida

¿hacia dónde irá?

 

La tristeza anclada en mis ojos

¿podrá zarpar un día?

 

En las tabernas sube la risa

y una algarabía feliz de música

y vino rojo en las gargantas.

Los que ríen y aman sólo piensan

en amar y reír toda la noche.

 

La noche está tan estrellada

que las lágrimas

hablan en secreto.

 

ISLA DE CIRCE

 

Para Carlos García Gual

 

La hechicera, hija del Sol,

habita el fondo de un valle umbroso

en su isla de Eea.

Atrae con su canto a los náufragos

y con brebajes mágicos convierte

en animales a sus huéspedes.

Su boca es dulce y más dulces

sus pechos, orondos como uvas

a finales de verano.

En su cabaña, las pócimas

se cansan de esperar quien las beba.

Pero he aquí que un barco

se acerca fatal a su destino

y los ojos de Circe se abren

y brillan con astucia unos instantes.

Antes de pisar la playa

y dar feliz bienvenida,

se perfuma y viste

con la más seductora de sus túnicas.

 

CUBA

 

Náufragos que partisteis

de mi lado hace tiempo,

 

¿de quién huíais

sino de vosotros mismos?

 

¿qué anchas velas de viento

os sonrieron?

 

¿a qué lejanos escollos

consiguió arribar vuestro deseo?

 

Ibais buscando el olvido

y encontrasteis corrientes fugitivas.

 

LA ISLA SUMERGIDA

 

Más allá del Océano,

donde desembocan

el Aqueronte y sus afluentes,

hallarás mi reino.

En penumbra bostezarás

olvidando los días luminosos

de la infancia y el tiempo

transcurrido en amores.

Vagarás añorando el pasado,

encadenado a las sombras,

como alma sin vela ni mástil.

Los dioses te habrán condenado

a un mar donde reinan

la inercia y la calma.

 

ISLA DE CALIPSO

 

El riesgo de aburrirse eternamente

le ha hecho declinar la eternidad.

La oferta es tentadora

pero el héroe –un temperamento

inquieto y codicioso– no cree

ser capaz de estar toda su vida

al lado de Calipso.

 

Demasiada añoranza.

Demasiado sosiego.

 

Llora la ninfa al ver

las naves alejarse

mar adentro.

 

ISLAS FUGITIVAS

 

Dunas, arenas empujadas

ciegamente por los vientos

rojos del verano,

espaldas brillantes en movimiento,

caderas onduladas, sinuosas

que avanzáis en dirección al mar,

¿corréis hacia el límite impuesto,

hacia el reino absurdo de la nada

sin motivo?

¿es audacia, es belleza

frágil, delicada

vuestra respiración,

vuestro abandono?

Lejos de las formas impecables,

perfectas, os mostráis

más soberbias cuanto más solitarias.

 

ISLA DE VAN GOGH

 

Una isla te espera

de azules repentinos,

y al contacto suave de tus dedos

arena finísima, polvo de oro

en que dejar huellas dibujadas.

Aguas detenidas y serenas,

cestos de fruta audaz y tibia,

felicidad sin horas...

 

Y si acaso una nube llegara

y empañase el cielo,

tu pincel sabría dispersarla,

no fuese el corazón en sombras

a sentirse derrotado.

 

ISLAS DURMIENTES

 

Van las olas estirando los días

con desidia,

olas iguales a otras olas,

idéntica sal y curvatura.

El pecho del océano

se dilata como animal dormido

en el vaivén del sueño.

En silencio, los barcos cruzan

mareas, surcos, latidos,

y fondean en bahías de limo

para que no despierte

con el golpe de ancla

la bestia.

 

LAS ISLAS INGRÁVIDAS

 

Un vuelo añil de aves las detiene

en mitad del océano,

intangibles e ingrávidas,

verticales,

desnudas.

 

Los dioses las crearon del barro

y jugaron a darles

forma fugitiva.

 

De día, los vientos

las dividen, multiplican sus labios.

De noche caen al mar

exhaustas,

mas flotan entre niebla

como rosas de lava.

 

ÍNDICE

 

 

Las islas del sueño

La isla de las mujeres

Ítaca

La isla móvil

La isla de los atunes

Alborán

La isla de las sirenas

Cádiz

Liliput

La isla de sal

Islas míticas

Creta

Isla perdida

La isla de fuego

La isla del tesoro

La isla de papel

Mykonos

Polinesia

Cerdeña

La isla de hielo

La isla imán

Isla de Babel

La isla sin sueño

Isla anónima

Islas vírgenes

La isla omega

La isla de cristal

Isla de ron

Cabrera

Islas del Egeo

Isla de Circe

Cuba

La isla sumergida

Isla de Calipso

Islas fugitivas

Isla de Van Gogh

Islas durmientes

Las islas ingrávidas