Los días se parecen a los pájaros
—vienen y luego van— y siempre dejan
una herida de luz. […]
De qué cielo, de qué elevada dicha
los pájaros descienden. De qué amor.
Los días se parecen a los pájaros,
igual tristeza dejan cuando pasan,
la misma oscuridad, igual silencio.
Miguel Florián
HOJAS SECAS
Para mi padre
Hojas secas.
Viento que dispersa hojas secas.
Un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
En mi cuerpo un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
He sentido en mi cuerpo un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
Dijiste adiós, y he sentido en mi cuerpo un cuchillo de viento que dispersa hojas secas.
VIVIMOS COMO SOÑAMOS
Vivimos como soñamos,
solos.
Como animales.
Como vegetales.
Como minerales.
Solos.
La naturaleza tiene un lenguaje distante del mito.
La naturaleza habla mediante el silencio,
sin prisas,
acercándose a lo real,
fascinando al observador.
Sin vínculo hay un vacío que sobrecoge.
Con vínculo, una soledad nutriente y singular,
diríase perezosa.
LOS DÍAS TRANSCURREN SIN APENAS DÍAS
Los días transcurren sin apenas días,
turbios e insatisfechos, dándose tregua.
Un cielo deshilachado recuerda mi propio cuerpo,
que chapotea entre nubes.
Los grandes árboles del jardín conocen el equilibrio,
la voluptuosidad, una atmósfera fragante
entre la tensión y la calma.
He llegado a la mitad del verano.
Lo sé por el modo en que cierro los párpados
o entreabro los labios buscando aliento.
¿Qué sabe de mi cuerpo la hierba
cuando me derramo exhausta sobre ella?
¿Qué saben de mi dolor
los macizos de lavanda
paralelos a la carretera?
MUJER CON BATA
Sorprende en las mañanas de domingo
la lentitud exasperante de los cuerpos,
un cúmulo de arrugas en los párpados.
Preparar un café.
Tostar el pan y echar aceite
manteniendo el pulso.
¡Ah! Si un solo gesto diera sentido al día.
Si alguien agitara la rutina
y despegara su poso.
Si a los labios volvieran los besos
como tentadoras manzanas.
La pereza es animal doméstico
los domingos.
Bajo la pálida bata de rizo
una mujer esconde
vértigos, lunas, derrotas.
Bajo el rizo, ternura y pechos gemelos.
Ronronea
igual que un gato arisco
y se lima las uñas en el sofá,
ovillándose en busca de su sexo,
más hermosa cuanto más otoño.
EL EQUILIBRIO DEL CUERPO
¿Por qué conformarme contigo
si las palabras no se conforman consigo mismas?
¿Por qué modelarte en la ausencia
si la poesía elimina el vacío?
¿Por qué confluir en ti
si lo íntimo se dispersa finalmente?
¿Por qué ser un cruce de pájaros
cuando podrías ser el propio pájaro
que acumula deseo de volar
fuera de los límites?
Eres confluencia de sentidos:
el ojo que se oye,
el oído que se mira.
Y si la belleza se halla delante de ti,
¿por qué no acompañarla?
Y si el tiempo transcurre
contemplándote y oyéndote,
¿por qué cerrarle el paso
y no dejar que discurra
como río inteligente por su cauce?
EL REINO DEL ASOMBRO
En medio de sucesos cotidianos
aparentemente frágiles
surgían placeres que daban sentido a aquellas horas:
una taza de café preparada al alba,
expandiendo su aroma en la cocina;
el alpiste colocado con primor en la jaula
del jilguero; el tacto sedoso del pijama;
un olor a lavanda y tomillo en las sábanas, invitando al sueño;
la compañía sosegada de los libros, amontonados acá y allá;
el silencio blanco de la casa
frente al bullicioso trinar de los pájaros;
un desorden habitual de papeles…
“La impaciencia me vuelve insolente”,
dijo al despedirse de mí aquella tarde.
No volvimos a vernos en muchos años
pero a menudo recordaba aquellas palabras.
Años después, la casualidad nos acercó de nuevo.
Fascinado, observé que el tiempo no había ajado su rostro
y se ofrecía insultante de belleza.
Sus ojos habían acumulado los placeres del mundo
y se mostraban diáfanos, sin cansancio ni recelo.
Ella notó mi estupor y bajó los párpados.
La habitación parecía una parra dorada
a la luz de la tarde.
El aroma del café recién hecho inundaba la casa.
JARDÍN SALVAJE
Por entre o cosmos e o caos
o poeta olha o mundo
e reinventa-o
no seu jardim feito de tinta.
Ana Hatherly
1
¿Qué pedirle a la rosa que no sea
la esencia misma de la rosa?
¿Qué altura al ciprés
espigado y altivo?
¿Qué vulnerable fragancia
al naranjo que
generoso encandila mis noches?
Cuando un corazón vive a cielo raso
respirando al unísono de la vegetación,
cuando un corazón se ha deshojado
de sus más íntimos pudores
y desnudo se fortalece más y más cada día,
se le conoce con el nombre
de jardín salvaje;
y no hay rosa ni ciprés ni naranjo
que le presten un nombre,
un aroma, una sombra;
salvaje como es, todo lo abarca.
2
Hace tiempo que el viento del Oeste me visita.
Al principio no prestaba atención,
las horas se me iban entre quehaceres varios
y cuando me daba cuenta
había revuelto todas las plantas,
jugando a desordenar lo aparente, lo lógico.
Suele llegar a eso de las cinco
y me encuentra esperándolo
con un té entre las manos.
Echo cáscara de naranja, romero, bergamota,
un dedal de canela en rama,
pétalos de jazmín o geranio…
Me pregunto
por qué el Oeste ha elegido mi jardín
para pasar las tardes,
qué le irrita de mí y qué le gusta,
por qué me hace cimbrear como una rama
de melocotonero.
3
La muerte debe ser como esas raíces profundas
que se resisten a ser extraídas de la tierra,
verticalmente vivas,
verticalmente orgullosas,
raíces que penetran en lo íntimo
y allí crean un reino misterioso
de líquidos ocultos.
No hay rastrillo que las desentierre.
No hay conciencia que las expulse.
Al fondo del jardín, junto a la tapia blanca,
quedan raíces que no he podido arrancar.
Tal vez mis manos son muy niñas.
Tal vez aún no comprendo
la verdadera hondura de las plantas.
4
Hace un sol tibio, primaveral, este mes de Febrero.
Riego los tiestos de romero y lavanda,
cuajados de flores moradas, diminutas,
y observo con deleite la alfombra amarilla
que ha nacido entre los tréboles
tras las últimas lluvias.
Las abejas se acercan a libar,
los pájaros saltan de rama en rama,
el agua del estanque se agita con la brisa.
El tiempo nunca se detiene en este jardín
pero hay días en que todo parece más lento
y mis ojos captan los pequeños detalles,
cada brizna nueva que va surgiendo.
Lo que ayer era solo un atisbo
hoy toma consistencia,
se afirma,
se afana por vivir.
EL CORAZÓN DEL BOSQUE
Siempre quiso emocionar a los lectores
manejando escenas de la vida cotidiana,
escenas que aparentemente no ofrecen interés
y se desvanecen pronto en la memoria.
Más que decir, prefería la sugerencia.
Cada uno de aquellos gestos mínimos
crecía en el poema, verso a verso,
hasta alcanzar un poder de evocación
inusitado, que arrastraba al lector
a un mundo placentero, sensual.
Así como Proust se decantaba
por una historia lenta, parsimoniosa,
contando todos y cada uno de los pormenores,
para ella la historia se reducía
a cuatro o cinco pinceladas rápidas,
cuatro o cinco imágenes muy intensas,
y un hilo sutil para hilvanarlas.
—Alguien dirá esto de mí cuando haya muerto.
Apilo las tazas vacías con cuidado
bajo la atenta mirada del camarero,
que duda entre acercarse con diligencia
o esperar a que deje despejada la mesa.
Me divierte pensar que alguien dirá
hermosas palabras huecas acerca de mis poemas,
que habrá quien lleve flores (margaritas, lirios, calas)
a mi tumba (si hay tumba, que lo dudo)
una soleada mañana de domingo,
algún lector tal vez, posiblemente
un lector identificado con uno de mis personajes.
(Los nichos familiares fueron derruidos hace años,
nada queda en aquel cementerio junto al mar
sino restos de cal y arena revuelta.)
Escrito en una servilleta arrugada,
alguien comenzó a escribir un poema:
“Sentada en el corazón del bosque
una mujer puede parecernos absurda”.
Luego lo ha abandonado junto a la cucharilla,
como un retal sin importancia.
Alguien lo ha abandonado
y me ha concedido el testigo de sus palabras.
Hubo un tiempo en que yo también escribía
en servilletas de bar
poemas cálidos y arrebatados. Sonrío.
Saco un bolígrafo:
“Sin embargo, ella es el entramado verde,
la poderosa mano que enlaza ramas y raíces,
el pequeño pulmón de cada hoja”.
Pido un café. El camarero por fin retira
las tazas vacías con desidia.
Concentrada en el primer verso, en el segundo,
dejándome llevar por su música,
añado sin que el pulso me tiemble:
“Es ella, con sus cabellos sueltos
y un puñado de tierra en ambas manos,
quien concede un soplo de aliento a cada árbol”.
Volveré a casa y —como antaño—
pondré en limpio estos versos.
Una vulgar servilleta puede esconder un bosque.
“Sentada en el corazón del bosque
una mujer puede parecernos absurda.
Sin embargo, ella es el entramado verde,
la poderosa mano que enlaza ramas y raíces,
el pequeño pulmón de cada hoja.
Es ella, con sus cabellos sueltos
y un puñado de tierra en ambas manos,
quien concede un soplo de aliento a cada árbol”.
Cuando haya muerto, alguien desconocido
imprimirá frases de elogio en el periódico local,
alguien que ha compartido conmigo poemas, cafés,
servilletas arrugadas… y pensará
cuánto dolor y gozo
esconde un papel sucio, insignificante.
UN PUÑADO DE SAL
Para José Manuel Caballero Bonald,
habitante de las marismas del Guadalquivir.
Uma pedra
com a dureza de una pedra.
António Ramos Rosa
He olvidado quiénes fueron mis antepasados,
de dónde proceden sus mareas, qué casas levantaron con adobe,
qué círculos dibujaron sus vidas en la arena febril.
Únicamente poseo sal y algo de viento.
En Septiembre
un sol ardiente araña los esteros y evapora
el agua estancada, dejando venas blancas en las charcas,
diminuta sal cristalizada con paciencia.
Hoy visita el Levante sus dominios:
dios de la marisma,
reseca la piel, la sangre, esta costra
de limo y sus entrañas,
levanta fuego en los hombres, acucia la sed,
desenreda en las hembras un instinto primario.
Sin memoria, mis días van a merced del viento,
caprichosos, salinos.
Y cuando no quepa más sal en mis ojos
me dejaré llevar por el Levante,
su lengua seca y áspera
me arrastrará hasta el canal más profundo,
donde dicen que hay náufragos sin nombre, sin historia.
MIS DOMINGOS
mis domingos bostezan largos y perezosos
como libros a medias
en la mesilla de noche
la luz va levantándose a la par que los pájaros
una luz verde de domingo en rama
una luz silvestre de algodón
las sábanas inundan de ternura todo el aire
sus flores cubren la curva de mis pies
el cuerpo ronronea
se sabe apetecible aún
en la penumbra cálida de la amanecida
cuesta abrir los párpados
echar pie a tierra
coger las riendas de un día tan largo
despierto a mi jilguero con ración doble de alpiste
abro puertas y ventanas
y entra lento muy lento un domingo carnal
los gorriones ya se han percatado
de la presencia de un platillo de pan
se arremolinan en torno
como niños que jugaran a robarse las migas
picotean mi corazón de pan
mi corazón tierno
su miga ingenua
cada domingo
los mirlos se acercan a dar los buenos días
el caracol avanza su metro de nostalgia
las hormigas laboran de sol a sol sin pausa
y yo aquí en el Edén
con mi pijama verde
con la pereza dominical del buen samaritano
UNA SOLA NARANJA
El más antiguo de estos nombres sigue
siendo el más significativo: las Hespérides.
Marguerite Yourcenar
Una sola naranja podría contener todo el zumo de la vida
y darte la saciedad que buscas,
la hermosura de un verano junto al mar,
la pulpa exprimida de los días.
Los huertos van resbalando hasta la orilla
colina abajo, con la ebriedad de su perfume,
como mujeres en celo. Los naranjales se extienden
a lo largo de la costa, generosos, femeninos.
La mano que los plantó conocía el mundo.
Robemos algunos frutos como si se tratase de un botín
mágico: los dioses nos han puesto a prueba,
hemos llegado a estos confines con la certeza
de haber sido convocados para obtener la inmortalidad.
Saciar la sed es fácil, ahora que tenemos los dones
al alcance de la mano. Solo precisamos osadía.
LA ARENA AÚN ESTÁ TIBIA
La arena aún está tibia y es agradable
tumbarse un rato más, dejarse arrastrar por la pereza.
Los pies se hunden en la arena.
Las manos se hunden en la arena.
Una arena cóncava y mullida que abraza todo el cuerpo.
No hay prisas. El barco no saldrá hasta medianoche.
Pasaremos un par de horas en el cafetín del muelle
viendo disiparse las últimas luces tras la escollera.
Desde el ventanal las barcas parecen misteriosas,
apenas tangibles, una acuarela de principiante.
El aroma del té con menta inunda todo el local
y me trae a la memoria una piel melosa,
saboreada muy despacio.
Ahora los amores tienen un amargo regusto,
han comprendido la inutilidad de la belleza
y el alto valor que se paga
por cada instante de fragilidad.
Desde el ventanal las barcas nos invitan
a un compás simétrico. Sorbemos el té.
La marea está subiendo y nos preparamos
para un viaje que no tendrá retorno,
así que mejor no desperdiciar nada del vaso.
HORA DE LA SIESTA
Arde la tierra y nos empuja directamente al sueño,
a un lecho en penumbra, bajo la luz tamizada
de las habitaciones interiores.
Se oye a lo lejos una fuente. Debe tratarse
de un pequeño surtidor entre aspidistras y jazmines
que vimos en la pared de un patio.
Van cediendo mis párpados. El sueño invita
a sus huéspedes: sopor, lasitud, pereza,
una entrega amorosa sin condiciones.
Indefenso y desnudo, siento que se apodera de mí
y en mi carne penetra
como haría un cuchillo en la pulpa,
blandamente,
sin esfuerzo.
EL VENDEDOR DE ESPECIAS
En este arriate brotan tomillo, lavanda, hierbabuena.
Más allá crecen romero, espliego, salvia, orégano, cardamomo.
Cada cual debe descubrir su alma —explica—
y darle los cuidados pertinentes para que crezca frondosa.
La mía posee raíces atormentadas y hojas insatisfechas
que anhelan la luz de los rayos solares.
El vendedor de especias con gusto me vendería
a un cliente exquisito, pero teme
los efectos nocivos de un alma como esta
y el perjuicio que puedo acarrearle a su negocio.
No obstante, no se atreve a arrancarme de cuajo
como a una mala hierba
y cuando algún caprichoso por mí se interesa
rápidamente lo aparta hacia otro arriate
invitándole a probar suculentos platillos
que le hagan olvidar por completo
tan raro espécimen del huerto.
Solo traerás desgracias —confiesa—
pero no sé resistirme a tu encanto.
VAN RODANDO A TIERRA
Van rodando a tierra los limones
y en tierra se pudren, oscuros, minerales
como la tierra misma,
sin mano que los recoja.
Apenas ayer eran oros pendientes,
redondas y completas criaturas
asomadas a la vida.
Se aleja la tormenta y los árboles
desflecan, conmovidos, las aguas sobrantes.
Arroyos espontáneos surgen en busca de un cauce.
Me pongo a contar, emboscados entre el verde,
los frutos que han resistido el aguacero,
asustados aún por el fragor de la Naturaleza.
Temblando, he recogido cinco o seis
limones entre el barro.
Un aire desteñido y limpio anuncia un nuevo día.
AMARGAS LAS AGUAS
Acodados en la proa
vemos deslizarse aguas turbias
río abajo
y una sensación de náusea nos embarga.
Río abajo,
vamos vaciándonos.
Atrás quedan sombras, óxido, podredumbre,
peces muertos flotando sobre un costado,
maderas desvencijadas.
Más agrias a medida que la barcaza avanza,
más oscuras y siniestras, se abren en dos
para dejar pasar la quilla.
Vieja barca en la sinuosa corriente
fatigada por el curso de los años,
¿qué brazo del río te dará sepultura?,
¿qué lengua de fango te irá succionando
hasta dar con el costillar en los fondos?
Río abajo
avanzamos sin memoria, sin respiración,
como dioses sombríos.
Amargas las aguas, gastadas nuestras vidas.
EL FONDO DE LA NOCHE
Miramos por los ojos pero vemos por la mente.
¿Acaso poseo los cuerpos sin luz
que se me entregan de noche,
la tierra temblorosa, el hilo de la araña,
el morado corazón de la madreselva
o la penumbra desnuda de las sábanas frías?
A oscuras, tan a oscuras,
cualquier susurro agita las raíces.
Es difícil distinguir la muerte
entre hojas tan menudas
pero sé que, al acecho, escondida,
me vigila esperando
un instante de descuido para saciarse.
Miramos por los ojos pero vemos por la mente.
¿Acaso poseo el vuelo de la libélula
o el infatigable entramado del hormiguero?
¿Es mío, acaso, el aletear de un pájaro
preso entre las ramas del ciprés
o el calor que supuran las anchas hojas del ficus?
El agua respira a borbotones,
conoce mi sed antigua.
La noche nupcial me envuelve en su gasa.
A oscuras, tan a oscuras,
oigo latir mis venas en apretado nudo
y me dejo llevar por una acequia roja
hasta el fondo de la noche.
Miramos por los ojos pero vemos por la mente.
COMIENZAN A ALARGARSE LAS TARDES
Comienzan a alargarse las tardes
y el jardín se ha llenado de flores fucsias
–tan exóticas y brillantes
que parecen de plástico– .
Compiten con las humildes florecillas
del jaramago y el abanico verde de las malvas.
La Naturaleza se muestra exuberante estos días
y mi corazón empieza a crepitar:
un fuego recién encendido
que fuera cogiendo fuerza bajo el sol.
Por fin los días húmedos y neblinosos
han dado paso a tardes de una calidez inesperada.
Vuelven a estar en flor las retamas,
cuajadas de blancura.
Vuelven las golondrinas a ocupar
antiguos nidos, recién llegadas.
Ojalá volviera con fuerza el amor perdido
a darme la mano y llevarme por veredas fragantes,
siquiera unas horas, cuando la tarde decline
y los mirlos me recuerden la soledad.
MAYO
Un reguero de hormigas disciplinadas
entre los excrementos de pájaro,
hojas secas y flores mustias de hibisco,
alpiste caído de la jaula.
Las altas temperaturas han secado
las enredaderas y las margaritas silvestres,
y hace tiempo que las malvas
apagaron su luz morada.
Apenas sombra queda para los gorriones
que buscan cobijo en el limonero.
En los cordeles se columpia un sol de fuego.
En los muros se derrama cual lava.
Un cielo azul brillante,
casi turquesa.
Ambos indefensos, pero diferentes.
Frente al desfile silencioso de las hormigas,
la algarabía desordenada de los gorriones;
frente al gesto conventual a ras de suelo,
las risas alegres en el aire, un temblor ágil;
frente a una fila de penitentes rastreando la tierra,
escudriñando cada rincón del jardín,
un revoloteo nervioso, desconfiado, impulsivo,
como un corro de niños en un patio.
Mi espíritu no es gorrión ni hormiga,
pero algo posee de uno y otro:
orden monástico y rebelión romántica.
INVITACIÓN
Estábamos atravesando el arenal de Septiembre
y los días aún hacían sentir su peso cálido
en ambos platillos de la balanza
gracias a los vientos del Este,
que extraían de las entrañas de la tierra
un polvo espeso, calcinado y huraño.
Las horas transcurrían lentamente
y en el sopor de la tarde luminosa
las sábanas se antojaban más resbaladizas
y los relojes más torpes.
Los días solo parecían propicios para el sueño
cuando vino apremiante la escritura.
Pidió silencio conventual y tinta, café amargo,
papel, excitación, desasosiego.
Lo que en aquellas tardes fuimos tramando ella y yo,
solo lo conoce el viento áspero del Este.
SECRETOS DE ALCOBA
1
El amor: un viento niño
que revolotea por las mañanas
alterando el orden doméstico
y deshoja las páginas del cuerpo
con risas. Jugando
confunde la sal y el azúcar de las lenguas
y pone hileras de hormigas
en la miga sabrosa de pan con que amanezco.
Zalamero, envolvente, tierno, párvulo,
el amor me arrastra río abajo
y de nada me valen los remilgos
si despierta dispuesto.
Mis muslos se abren cual naranja,
dos gajos olorosos, rebosantes de jugo,
inquietos por la sed que los devora.
Y él va picoteando acá y allá sin prisas
hasta enfilar el centro de la fruta.
2
Lluéveme, pregunta, implora,
escánciame, empuja, aprieta,
aquiétame, sorbe, inventa,
rómpeme, estruja, explora,
tenme atada de manos y de lenguas,
desátame la furia y la vergüenza,
requiébrame,
destrózame,
apréndeme,
sé mío y de mi nombre solamente,
sílaba a sílaba desgájame,
hueso a hueso párteme
en dos
en dos
en dos mitades.
3
Mira el delta del río,
su ancho cauce parece
una gacela dormida al sol de Marzo,
animal que no presiente el peligro
y se deja arrastrar por el collar del sueño.
Tras el amor mi cuerpo es delta
laxo y curvo, derrotado,
un derramar de márgenes,
una envolvente humedad,
un remanso
de aguas calmas.
4
Pajarillo,
pequeño pajarillo,
tu risa se ha colado bajo las sábanas
y me hace cosquillas tu alón mullido.
Entre el calor y el frío
que va de mi boca a tu boca,
eres un gorrión silvestre
que salta nervioso cuando lo llamo.
La saliva se me llena de ternura
y a mis labios te acercas
para comer en ellos las miguitas de pan
del nuevo día.
Te asomas a mis ojos con ojillos redondos
como si te asomaras al embozo del mundo
y en mis pechos pretendes
colgar un nido de travesuras.
RETORNO A LA ISLA
Para Johana Ortega Rodríguez
Voy entrando en la isla.
Aminoro la velocidad del auto,
bajo la ventanilla
para que el aire me dé en el rostro
y derrame de golpe
su olor a algas.
De lejos relucía
blanca, fosforescente,
como un pez cubierto de escamas.
Ahora puedo abarcarla,
es un cuerpo de orillas redondeadas
marea tras marea,
una montaña de sal
que esconde su oscuro centro.
Cuántas veces ansié regresar a este límite,
oír el rumoroso embate de las olas contra la piedra ostionera,
tocar con el índice el haz luminoso del faro
y temblar como temblaba de adolescente,
cuando el cuerpo era una flexible duna de oro,
una cabellera de sal esparcida en las olas atlánticas.
CASA ESQUINADA
Para Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier
En esta casa esquinada
con su corpachón encalado,
vivió sin pausa pero sin prisa
una mujer sencilla
rodeada de silencio y blancura.
En esta pared están las máscaras
que tanto amó, de madera, barro o paja,
colgadas con gusto y equilibrio.
Este es el sofá de piel en que gustaba
pasar las tardes leyendo,
y esta una butaca que tiene
impregnado su olor, la horma de su cuerpo
menudo y curvo.
Sus libros ocupan varios cuartos de la casa.
Siguiendo los estantes con la vista
es fácil descubrir cuáles fueron sus gustos
y cuáles disfrutó con placer y ternura.
Aquí descansa su cama, toda blanca;
aquí sus sueños, su ropa, sus perfumes;
aquí el cuadro de Lempicka sobre el cabecero:
una invitación a la sensualidad y a la carne.
A saber qué amantes se entregaron a ella
en este lecho y bebieron su agua
y vieron brillar sus ojos de pez escurridizo
y ardieron y temblaron y gritaron de goce...
Hay cajones que esconden toda una vida,
blancos, cerrados, rectangulares.
Abro uno al azar, collares de grandes cuentas
conspiran en este pequeño reino.
Por esta ventana vio el mundo: un limonero,
grandes macetones con plantas aromáticas,
un barrio de chalets de clase media,
naranjos, mirlos, cielo azul
derramándose sobre muros blanquísimos.
En esta casa conoció la soledad, el deseo,
la angustia de sentir, el sobresalto
de amanecer viva cada mañana.
En esta casa escribió poemas
para que alguien un día los leyese.
Pequeño caracol en su concha íntima,
aquí dejó mensajes
que aún no sé descifrar.
MI ALMA NO HA CRECIDO EN VEINTE AÑOS
Mi alma no ha crecido en veinte años,
todavía es ingenua y caprichosa,
ligera como una muchacha de doce o trece.
Tan inmadura e infantil resulta,
que me avergüenza mostrarla ante extraños.
Solo le permito deambular por cuartos en penumbra,
asomarse al balcón y aspirar el aroma de las plantas.
A ella no parece preocuparle
vivir escondida y apartada de todos,
feliz en su ignorancia. Casi diría
que este rincón alejado le gusta
y disfruta lejos de rumores y habladurías,
frágil como una muñeca de porcelana
que solo se saca de su caja de cartón
en contadas ocasiones, más para lucirla
que para jugar con ella.
AMORES DIFÍCILES
Los últimos rayos de sol se cuelan
entre las ramas cimbreantes del naranjo
haciendo brillar los frutos encendidos.
Mientras alzo una copa al cielo,
me embarga la nostalgia de otros días
en que tú y yo brindábamos
impetuosos, ardientes, sin conciencia de culpa.
Glorias y miserias han quedado atrás,
tachadas en lejanos calendarios,
y hoy el paraíso se concentra
en este atardecer sereno
y esta copa de vino afrutado.
Nunca estuve a la altura de tus sueños.
Insatisfecha, a menudo incumplí lo pactado,
aquel cúmulo de quimeras
nunca logró convencerme.
He añadido cáscara de naranja y canela en rama al vino.
Me gusta paladearlo en breves sorbos,
disfrutar de los últimos rayos de sol
sintiendo que mi vida se funde
entre el verdor del ramaje.
¿Qué esperabas de mí?
Tú eras viento y yo montaña,
tú el pájaro y yo la rama,
tú el agua del torrente y yo la piedra con que choca.
El tiempo no se ha detenido
pero mi espíritu se aferra a este lugar
y observa inmóvil el devenir de los astros.
HE DEJADO CORRER MI VIDA
He dejado correr mi vida
como un grifo abierto cuya agua
se pierde hacia la nada.
Me equivoqué muchas veces,
mas no me arrepiento.
Desde siempre supe que sería así:
apenas rozar la arena sin hundirme,
dejarme llevar por el viento y las olas,
respirar sin prisas observando todo
sin involucrarme.
Desestimé los vicios pero también las virtudes.
Amé los libros y los libros me amaron.
He vivido en soledad conmigo
sabiendo que llegará la muerte
y habré de hacerle hueco. Mientras tanto
placer e inteligencia se han hermanado
en el juego de la vida.
La austeridad ha primado sobre el lujo.
La belleza ha triunfado frente al caos
y he ordenado mis días a capricho,
serena, dócilmente,
sin exceso, sin rabia, sin dioses.
LA HORA DE LOS PÁJAROS
Sentada en el jardín, me dispondré
a observar los pájaros, su herida de luz,
y olvidaré la tristeza de un lunes
cargado de mediocridad.
Gracias a las aves parecerá el aire más limpio.
Su aleteo nervioso me conmueve.
Ágiles, de rama en rama, de teja en teja,
aprovechan los últimos rayos de la tarde.
Junto a ellos, mi pecho oprimido es capaz
de tomar altura y sentir
que la losa del día deja de aplastarme.
Mis brazos se tornan alas
y siento elevarme ingrávida.
Qué insignificante
se ve mi jardín desde sus nidos.
Desde allá arriba
mi casa parece una lujosa cárcel blanca.
LADRÓN DE FLORES
por las tardes me ausento
escapo de mí
para visitar otros jardines
resulta fácil saltar la cancela
apropiarse de espacios ajenos
durante unas horas
desnudos los pies van hollando la tierra
se aproximan al borde del estanque
decenas de ranas se estremecen
tiemblo
me tumbo bajo robles descomunales
—soy la sombra del roble—
lamo las flores carnosas de la adelfa
—su veneno mortal me paraliza—
froto mis pechos con los delicados
pétalos de jazmín recién abiertos
—también los dioses se ungen con su aceite—
como una hormiga curiosa
voy escudriñando cada oquedad de la hiedra
avanzo entre hojarasca y escalo
el tronco del ciprés
en busca de algo etéreo
un no sé qué inquietante
de libélula
EL CARDO SECO
Para José Ganfornina
Al declinar la tarde, las nubes van cubriendo
con sus flecos morados un cielo amenazante.
Hace tiempo que el campo pide agua a raudales
pero las nubes pasan sin detenerse, raudas.
Mi corazón también espera una tormenta.
Seco y quebrado, aún sueña encontrar su agua:
la humedad de unos besos y una boca sedosa
a la que no le asusten mis descarnadas púas.
¿Por qué las nubes pasan sin detenerse nunca?
¿Por qué mi tallo a punto de marchitarse está
entre hierbas pardales y yermas esperanzas?
Las lágrimas que el cielo me niega, aguardo aún.
JARDINES DE LAVA
Para José Ganfornina
En el ojo que observa está la lava
candente y áurea,
magnética.
Cuando la Naturaleza proclama su poder,
tiemblan en mi pecho
las rocas, el sulfuro, las aguas subterráneas
nacidas del misterio más profundo,
tanta belleza que despierta
del letargo
y derrama sus fluidos.
Una nueva mirada surge
de la eclosión del mundo.
Pareciera estallar la herida,
como si nunca hubiese cicatrizado,
escapándose en leves fumarolas
y supurantes ínsulas de magma.
CARACOLAS
Mis pies van hundiéndose en la arena,
leves, casi incorpóreos.
¿Cuántos siglos hicieron falta
para limar la roca y convertirla
en suave polvo dorado,
jardín mullido a las puertas del mar?
Me agacho y recojo
conchas desnudas,
zarandeadas por el flujo y reflujo
de las corrientes,
restos de un Edén primitivo.
Febrero las ha ido depositando en esta playa
al alcance de mi mano,
caprichosas en sus formas,
diversas e irregulares.
Observo sus universos cóncavos
y los comparo con mis pequeños pies
hundiéndose en la arena.
TORBELLINOS DE AIRE
Torbellinos de aire
envueltos en la noche
que escudriñáis los árboles.
Torbellinos de amor
que enredáis las ramas
en abrazo sonoro.
Cruzáis mi pecho
como vientos que rolan
de Levante a Poniente.
Ora sopla del mar:
las hojas se empapan
de humedad salobre.
Ora sopla de tierra:
aires minerales desecan los frutos
pendientes de las ramas.
De noche todo tiembla.
Diríase que el amor
se ha convertido en aire.
OBJETOS NATURALES
Los amantes dibujan un paisaje de ramas trenzadas,
temblorosas.
Sus raíces se buscan:
unos pies tantean otros pies,
tímidamente responden,
se estiran,
se repliegan.
Susurra el viento entre hojas.
Un rizoma de cañas
sobresale de la ciénaga
resistiendo los embates de la corriente.
Sus raíces se enlazan
y trepan hacia el aire dormido.
Un olor dulzón
emana del fango.
AZUCENA DE MAR
Há palabras imensas, que esperam por nós
e outras, fragéis, que deixaram de esperar.
Mário Cesariny
una mañana de verano
una mañana de verano como tantas otras mañanas
paseando indolente
balanceando el cuerpo como hacen las gaviotas
que aprovechan ráfagas cálidas para ascender
podrías dejar el asfalto a un lado
quitarte los zapatos con alivio
y sumergir audaz en la arena tibia
unos pies acostumbrados al cuero el dolor la apatía
te falta valor para arrancarla
arrancar de cuajo
una azucena de mar
desde lejos te ha parecido una voluta espumosa
en medio de la duna
y al acercarte
te ha impregnado su olor dulzón
dulcísimo
más que dulce
si ella fuera dócil
si ella fuera complaciente
si ella fuera tan bella
si ella te emborrachara con su aroma de azúcar
si en vez de mujer fuera azucena de mar
contoneándose en medio de la duna
finalmente la arrancas con gesto furtivo
la escondes bajo la camisa
temeroso de que alguien haya presenciado el hurto
unas gotas de savia blanquecina
manchan la tela de algodón
si ella buscara con larguísimas raíces agua dulce
si ella durara solo lo que dura un verano
si se dejara arrancar blanca y sumisa
bajo la camisa
anda agitado y suelto tu corazón
nervioso ladronzuelo
de vuelta a casa
con el deseo a flor de piel
ALA ROTA DEL VIENTO
¿Es la flor quien agita
un molinete de viento
al compás de la tormenta?
¿Es el viento quien sacude
la penumbra morada de la flor
y la desfleca sobre un acantilado?
¿O tal vez la mente nos engaña
e inventa flor y viento
entrelazados en un jardín remoto?
Una bruma malva
que empapa de sal los pétalos
va trepando por la roca.
Abajo, la espuma de mar embiste el farallón
y se eleva en vertical codicia,
queriendo atrapar esa otra espuma leve,
desgajada ya por el embate
de los aires, ala casi rota,
que compite en blancura con las olas.
UNA BANDADA SOBREVUELA LA MARISMA
Un viaje puede abarcar la vida.
Ayudados por las corrientes vamos atravesando
la marisma, los diferentes caños
que alimentan el gran canal.
Las aguas se dispersan y finalmente confluyen
en un mismo objetivo: avanzar hacia el mar
que aguarda paciente tras el cordón de dunas.
Agitamos las alas al tiempo que oteamos
esclusas, lagunas salobres, meandros, sedimentos.
A lo largo de las estaciones
el viaje se torna cíclico,
un ir y venir en continuo desgaste.
Consiste en ensanchar el espacio,
sentirnos parte integrante del paisaje,
respirar al unísono cual materia viva.
TRÍADA SOLAR
En el principio fue la oscuridad y el verbo,
pura envoltura y molde.
Y las tinieblas se fueron despejando,
y sus hilachas cayeron en lo hondo del valle
y surgieron tres soles luminosos.
Gaia los creó con su aliento primario
dándoles la curvatura de su vientre,
su color de trigo maduro.
Giraron en los cielos
errantes, furiosos, fugitivos,
poco a poco aplacándose
hasta encontrar equilibrio.
Tres soles se elevan entre montañas.
Tres soles se sumergen en los lagos.
Dominan día y noche.
De día, nos arrebatan del sueño
y nos lanzan a un espacio inaudito
donde todas las formas irradian luz propia;
de noche, nos zambullen
en la humedad misteriosa de las aguas,
atraviesan el mundo subterráneo
y afloran de nuevo entre brumas.
Gaia los creó con su aliento:
tres metáforas de las edades del hombre.
AGUA LUMINOSA
¿Para qué guardas, di, la piedad de tus horas
y esas manos inertes sobre el regazo frío?
Pilar Paz Pasamar
¿Para qué guardas, di, tanta hondura,
tanta cavidad insospechada?
¿Para quién este silencio solitario?
¿Tal vez para el pájaro
que ha cesado su trino y ha bajado
a beber de tus aguas?
Por un instante su pico ha ingresado en tu seno,
su cuerpo se ha reflejado inmóvil, asustadizo
y, refrescada su sed,
ha alzado el vuelo hacia la rama más cercana
donde seguro vuelve a sentirse entre el ramaje.
Un rayo de luz acude a besar tu espejo
y penetra en afilado abanico,
derecho hacia tu centro puro y frío.
¿Por qué dejas, di, que la luz te visite
y reine en las oscuras oquedades de la piedra?
Iluminada, pareces una criatura viva
desperezándose del sueño
con un ligero temblor.
AVANZA IGUAL QUE NUBE
Todo lo que es hermoso tiene su instante, y pasa.
Luis Cernuda
En la duna no hay dioses ni plegarias.
Dormida, se abre en brazos de la muerte,
más cóncava cuanto más empuja el sol
su curva eterna.
Solo unos juncos silvestres
le han ganado la batalla,
melena al viento;
un viento que agita con usura este penacho
desplazando a su antojo las arenas de cuarzo.
Materia fragmentaria,
flexible, etérea,
avanza igual que nube
hacia un mar latente.
TORRENTE EN PRIMAVERA
Adelfa rosa, amarga,
guardiana de las márgenes.
Vigía agridulce, combada hacia el abismo,
desde el pretil escrutas
poderosas corrientes.
Llegó la Primavera sin aviso
y te nació una rama cuajada de flores
que sueña sumergirse y nadar río abajo
hacia un país de arenas sin retorno,
pero tu brazo firme la retiene en lo alto
cuidando que no caiga confiada
y un remolino turbio la arrastre.
¡Tan largo viaje el que lleva a la muerte!
Aún no está preparada esta rama temprana.
Sálvala, tú que puedes, de adentrarse en las aguas.
MUNDO SUBTERRÁNEO
Hay otro mundo.
Hay otro mundo que está en la otra orilla del Leteo.
Esa orilla es la memoria.
Pascal Quignard
Padre, padre, ¿dónde estás?,
¿tan profunda es la muerte que no te encuentro?
Me he internado en la caverna
venciendo todos los miedos
pero no te he hallado en la colada,
ni en la estalagmita altiva,
ni en las oquedades de caliza.
Tú que amabas la luz de los campos dorados
y el canto de la chicharra
en el sopor caliente del verano,
¿qué has venido a buscar a estos recodos
donde reinan la humedad y la noche?
Al contacto con la roca
tu piel se ha vuelto verde, luminiscente,
y el compás de tu pecho es ahora el compás
de la gota de agua que cae al abismo.
Tú que amabas el viento escondido en los chopos
y el olor dulzón de la higuera silvestre,
¿qué corredores de aire viniste a buscar?,
¿qué amargos frutos del subsuelo te alimentan?
Tu aliento es la cabrita que se aferra
y asustada busca una arista a la que saltar.
Una sima profunda, un precipicio la aguardan.
El juego aún no ha terminado
y antes de despeñarte finalmente a la nada
la muerte te ofrece otra oportunidad entre tinieblas.
INTERIOR DE MANANTIAL
Sumérgete. Bucea.
Difuminemos la distancia exacta
que nos separa de cada objeto,
la línea imaginaria entre dos puntos:
un yo y un otro
aparentemente lejanos,
aparentemente contradictorios.
Bajo las aguas las distancias dejan de ser reales
y se convierten en metáforas silenciosas.
Fuera se alza un mundo de precisión.
Dentro del manantial
es otro el equilibrio y el concepto de pureza.
La luz llega de arriba
– misteriosa, tibia –
y su haz de hilos temblorosos
hace brillar entre rocas
un corazón desnudo y navegable.
GIRASOL
Un girasol paciente al borde del camino
se abre majestuoso. El viento, el sol, la lluvia
–tres dioses irascibles que imponen sus designios–
hacen girar su tallo de un modo caprichoso,
y la flor obedece a esas fuerzas mayores.
Los días se suceden sin que pueda librarse
del destino fijado: como una marioneta
va siguiendo la ruta de unas nubes distantes.
Ajado, débil, seco, quemado por los rayos,
finalmente las aguas lo arrastran hacia el fondo
de un carril polvoriento, donde ceniza encuentra.
ROCA ENCANTADA
La piedra elemental
muestra sus caprichos:
lo que ayer era atisbo naciente
hoy se dispersa, desvaneciéndose.
¿Qué ventisca fue deshilachando la roca?
¿Qué lluvia la erosionó?
¿Qué aves dejaron aquí su huella?
Una ciudad encantada,
nacida del azar,
ser vivo
que nace y se alimenta y muere.
El ciclo de la vida
en todo su esplendor.
La lengua de los dioses
va modelando la arcilla
mientras el viento se afana
en sortear torres.
HOJA DESNUDA
Al caer la tarde hemos ido bajando
por el caminillo de los huertos
hasta el jardín de las chumberas
y allí he recogido una penca del suelo.
Un mundo fascinante se abre ante los ojos
cada vez que observamos la naturaleza.
La vida, en este caso, nos regala
sajaduras, cavernas, laberintos,
retículos esponjosos, sustancia adormecida.
La humedad fue abandonando la hoja
y dejando al aire su estructura,
un misterio que ahora se nos muestra
desguarnecido y frágil,
a la intemperie,
pero no exento de emoción.
RETAMAS BLANCAS
Su nieve pulcra y diminuta
a mediados de febrero
ha llenado mi casa con aroma dulzón.
Silenciosa y flexible se comba la retama.
Su tallo esbelto, agraz,
despertó de pronto mis sentidos
y la vida adormecida
dio paso al esplendor de primavera.
¿Qué misterio es capaz de renovar el aire
a su capricho?
Mantilla de encaje y blonda, se convierte
en alfombra crujiente al más leve
abanico del viento.
LA PIEL
Ola de orígenes remotos
que avanza ondulante
a ritmo de mareas.
La piel es balanceo,
un espejo turquesa
en el que el sol reposa a mediodía.
Los vientos van limando sus surcos
de espuma,
extrayendo ternura
donde antes hubo solo
amor a la deriva.
JARDÍN DE ARENAS MOVEDIZAS
Amores circulares no abundan.
Asusta su estela sanguinolenta, su furia desatada,
pero lo insensato atrae más
que la más pura de las virtudes celestiales.
Yo lo amaba. El mundo era perfecto.
Con un temblor de cielo primitivo
mis brazos abrazaron sus brazos,
y tanta sed de siglos reprimida
encontró al fin un pozo fresco.
Desbocada.
Sin freno.
No podía ser sino conflicto.
Para ennoblecer tanta barbarie
inventé palabras con cuerpo de nube, etéreas,
más quiméricas cuanto más hermosas.
Un mundo voluptuoso, cilíndrico, heroico
dio paso a la Poesía.
Tuve que matar la placenta del mito
para poder regresar a un tiempo ordinario,
y de este modo poder escapar
de aquel jardín de arenas movedizas.
NATURALEZA DERRAMADA
Cuando los cielos graves me rodean
y a punto de asfixiarme están
sus densos nubarrones,
siento brotar en mí una simiente
y elevarse
una fíbula verde en medio de la angustia.
Ascienden las corrientes subterráneas,
giran en torno al nuevo brote
como planetas alrededor de un sol fecundo,
y Cielo y Tierra parecen compenetrarse,
vigor y contemplación uniendo.
Es hija la alegría del deseo,
fruto de la lucha contra las tinieblas.
Su cuerpo tembloroso
se muestra efímero y leve, pero presenta
un triunfo no exento de orgullo
en medio de un jardín de emociones.
ROJO PONIENTE
Tocaré el rojo poniente con la yema de los dedos
hasta que el calor se extinga.
Me quedaré a solas con la noche.
Respiraré el aliento de las algas
y dejaré que me abrace hasta el amanecer
la humedad de la arena.
La soledad acudirá a mi llamada
como un halcón neblí.
Acompasada por el gemido de las olas
no tendré temor de mi cuerpo.
Te daré el verano y las uvas agraces,
pero no dormiré nunca más a tu diestra.
MAREAS ALTAS
Para Mamen Fernández Bernal
Soy el cordaje amargo del mar.
Soy un viejo navegante que ha aprendido
a perder la ruta y encontrarse.
Soy la soledad de la vela rasgada por el poniente.
Soy un alga flotando a la deriva.
Soy la sal de una herida abierta, que escuece.
Soy la curva cóncava de las conchas
bajo el sol brillante de junio.
Soy el pulmón del náufrago, una agalla
que ha resistido la tempestad.
Soy la estela nupcial de los barcos.
Soy el atún acorralado en la almadraba,
consciente de su suerte.
Soy el bajel pirata que robó
el corazón aturdido de los hombres.
Soy una gaviota suspendida en el aire.
Soy el temblor de la duna.
Soy la ondulante sirena que cantó para Ulises
y conoce el abismo, la locura, la muerte.
LOS SENDEROS DEL BOSQUE
Los senderos que van al bosque siempre se bifurcan.
Los senderos que van al bosque laten sin prisa.
El pulso del bosque es una cadencia lenta
y tu respiración, cuando te internas entre los troncos,
se va acoplando poco a poco a la suya,
hermanándose.
Los senderos que se adentran en el bosque
no sienten calor ni frío. Despliegan sus manos
y el bosque va plantando árboles en sus dedos extendidos.
Tú, en cambio, sientes calor cuando enredo mi lengua
en la tuya, cuando paso la yema de los dedos
por tu cuello, dibujando un riachuelo serpenteante.
Te agitas y me miras como cervatillo camuflado en la espesura.
Vamos dejando un rastro en el manto de hojas del otoño.
Una luz amarilla se eleva por los troncos
y va tornando el aire de ocre claro.
Cruje la hojarasca al compás de nuestros cuerpos.
Raíces, tierra, cortezas, ramas, copas, nubes.
Ladera arriba la respiración se va entrecortando,
inquieta por la masa vegetal que nos cobija.
Te asusta la niebla, intentas sortearla
igual que sorteas las ramas caídas que impiden
avanzar en línea recta.
Cada bosque es un temblor dilatado.
Cada bosque es el viento que se acurruca en sus ramas.
Cada bosque es un álbum familiar en que colgamos recuerdos.
Cada bosque es una ráfaga de luz colada
entre espesas copas,
un diálogo efímero con el misterio.
Coge tu palo de avellano y adéntrate sin miedo
en el corazón del bosque, donde más mullido es el musgo.
El tacto de la madera hará que aflore tu voz interior,
esa voz dormida en los últimos años.
Los anillos del tronco te hablarán de ti cada otoño.
Adentrarse en el bosque es adentrarse en uno mismo,
buscar una vida dentro de otra,
un anillo dentro de otro anillo.
hallar tu respiración en cada respiración latente.
SEÑOR, EL BOSQUE AVANZA
Señor, el bosque avanza.
W. Shakespeare
Señor, el bosque avanza
y mi alma se encoge con temor
bajo la entretela de las hojas.
¿No oyes el olifante de Roldán?
¡Por fin suena!
Tanto pavor ha dado paso al auxilio
pero mis brazos están cansados de la espada
y no pueden sostener más que aire.
Decid que fui buen guerrero.
Decid que supe enfilar
el camino del bosque
sin mirar hacia atrás.
Decidle a mi amada
que aquí la espero
entre la bruma. Solo ella
podrá traerme un sol radiante.