Cuando comienzan los calores del estío vienen de los mares septentrionales grandes y copiosos golpes de atunes (es el término con que las gentes de la mar nombra las manadas de ellos) a desovar en las impetuosas corrientes del estrecho gaditano, haciendo su tránsito y pasaje cercanos a las costas de España por venir de ordinario en su seguimiento unos peces llamados espadas que hacen gran destrozo en ellos. En otros tiempos, cuando era menor el tránsito de embarcaciones que venían a la bahía de esta ciudad de Cádiz, entraban estos golpes de atunes por la boca de la misma bahía y se metían a desovar en las corrientes del brazo de mar que divide estas islas de la tierra continente (donde hoy está el puente de Suazo). Pero después que los ha asombrado y ahuyentado el mucho número de embarcaciones que entran en esta bahía, dejando este camino y pasaje y torciéndolo desde Rota, atraviesan por delante de la isla.
En esta ocasión, pues, que los atunes pasaban cerca de esta isla estaban prevenidas personas que desde unas atalayas o palos muy altos reconociesen los golpes que de ellos viniesen, lo cual echaban de ver por ciertas manchas que hacen en las aguas del mar, a que los naturales llaman tintor... y avisando entonces desde aquel sitio con alguna seña a la gente de mar y tierra que salían en sus barcos al encuentro con una gran red que comúnmente llaman sedal, que les ponían por delante, y detenida de este modo su veloz carrera, por ser peces sumamente tímidos, echándose después entre ellos y el sedal otra red más espesa en sus mallas y fuerte que ahora llaman cinta gorda, de la cual van tirando desde la orilla con gran número de gentes, los reducían y mataban con este género de fisgas y tridentes que la medalla dibuja, siendo sin duda éste el modo más común que los antiguos hubieron de tener para herirlos y matarlos.
ANTONIO RAMÍREZ DE BARRIENTOS
Elucidario de las medallas de la Ciudad de Cádiz
bebo tu espalda igual que posa un ave
su sombra sobre un buque mi boca
rema a su antojo un mar de piel salada
y llega el sueño y me encuentra
prendido a tu cintura
como atún a la red de la almadraba
un mapa de agua escrito
un camino dibuja hacia la muerte
si la especie sucumbe con la ola
siguiendo su línea transversal
si a acoplar van dispuestos
macho y hembra la aleta
sin más rumbo que el ciego
instinto que les guía
si el universo tiembla con cada pez
que muere
a ras de costa
nadie sabe sino el mar un mar
que guarda celosamente sus secretos
y arroja a la diáspora
surcan el verde del océano
espuma enlazan con sus bocas
aletas hacia la costa enfilan
déjanse guiar por la marea
a la bajamar deslizo el cuerpo
tan húmedo tu mar
el atún de mi cintura
nadando a contracorriente
casi se ahoga
Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte
Vicente Huidobro
no saben qué estrella lleva las riendas
qué mano sumerge el mar y lo desnuda
si los pájaros sacuden la costa
de labio a labio
la arena derritiéndose en las fauces del mar
cangrejos por las ingles
el sexo brujulea sabiamente sin perder
su Norte escora el corazón
como un buque aventando la tormenta
no saben los peces que el sedal
parte la carne como el amor y escuece
no saben y se adentran
un cuchillo de sangre
una agalla salada
una escama
una rosa
azul
en los mares del Sur un pez espada crujía las aletas
cercenaba un abanico de atunes
sutil la neblina robando
la blanca carne de amor desguazada
Los otros cuchillos no sirven. Los otros cuchillos son blandos y se asustan de la sangre. Los que nosotros vendemos son fríos. ¿Entiendes? Entran buscando el sitio de más calor y allí se paran.
Federico García Lorca
Almadrabas del Sur, donde el amor rebulle cálido
y gozoso buscando el tacto de los ciegos y
cada ola trae un chocar de dientes, atunes y cuchillos.
Desde el mirador los peces parecían una bandada
morada de patos voladores, una nube
la espuma del mar.
El poniente arribaba carne mortal a la costa.
Preparados los barcos, el acero, libre ya la red
del invierno, la temporada apremia.
Un viejo marino escruta con ojillos quemados
por la sal. Al horizonte una aleta, dos, tres,
diez, cientos de ellas palmoteando el agua.
Salvaje la caza se presenta. “Ya están ahí”, se oye.
Al mar van deslizándose barcazas, olor a brea
y madera recién pintada,
a estribor despliegan la red de quilla a quilla.
Cercada la puerta del mar, no queda escapatoria
para los atunes que avanzan a pecho descubierto.
La batalla lista a empezar de un golpe de mar a otro.
La marea aguijonada por el reflujo, el reflujo por la marea, carne de amor henchida y deliciosamente doliendo.
Walt Whitman
enloquecen sus carnes en medio de la lucha
olor a sal y cuchillo lloran
salpicando la espuma y la sangre
a la par
a desovar iban las hembras y agonizan
a desovar y la especie se descarna
en báquicas ceremonias de muerte
nadie llora al pez muerto sino el mar
Hay atún que ha menester diez hombres para sacarlo arrastrando de la mar a la tierra; es cosa de ver los golpes que estos atunes dan con la cola y cabeza en tierra hasta que mueren y ver el agua tinta en sangre. Tienen estos atunes comúnmente de ocho a diez pies de largo y más y menos. Hay pocos que una carreta no los puede llevar. Péscanse aquí en estos meses cincuenta o sesenta mil atunes.
Pedro de Medina
todo el mar un cementerio
lleno de la dulce mortaja
de amor entre carne y acero
redes manos camisas tintas
tras la emboscada
a sangre fría
dicen que fue el destino
una turbia corriente que arrastraba a los peces
todos derechos hacia un punto
imantado en el litoral
ninguno sabía lo que allí le esperaba
iban al amor y encontraron
la peor de las suertes
el frío desamor de un cuchillo
entrega incondicional
Pasó por todos los grados de pícaro, hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterre de la picardía. ¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios, pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza de Madrid, virtuosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo de este nombre pícaro! Bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí, allí está en su centro el trabajo, junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, la hambre pronta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega, y por todo se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van o envían muchos padres principales a buscar a sus hijos y los hallan; y tanto sienten sacarlos de aquella vida, como si los llevaran a dar la muerte.
MIGUEL DE CERVANTES
La ilustre fregona
Nota de autor:
Escribí La almadraba en Cádiz, en 1985, como un poema integrado en el libro Felina calma y oleaje, pero finalmente lo desgajé de ese libro y se publicó como plaquette independiente.
Fue editado en Madrid en 1986, por El Crotalón & VLTISMo. La tirada fue de 177 ejemplares numerados. (I.S.B.N. 84-86163-38-2)
Como es un poemario muy difícil de encontrar, años más tarde lo recogí íntegro en la antología Juegos reunidos (1984-2004), eliminando los textos de Antonio Ramírez de Barrientos y de Miguel de Cervantes.