La comedia escogería tales personajes
y tomaría sus gestos y palabras
si quisiera burlarse de las locuras de su tiempo
en lugar de denunciar sus crímenes.
Ben Jonson
Le tocaron, como a todos los hombres,
malos tiempos que vivir.
Jorge Luis Borges
DECLARACION DE INTENCIONES
Entiendo la poesía como un ocio elegante,
irónico y perverso, un lujo desfasado
en el que se refugian algunos solitarios.
Un poeta de oficio nunca soy ni seré.
Detesto los horarios, la obligada rutina
que convierte al poeta en un vil funcionario.
Sólo escribo poesía cuando no hay más remedio
y siempre, en ese caso, hago trampas al juego.
Escribo por capricho, por celo, por hastío,
por pasión reincidente, por humor, por dinero,
por despecho, por vicio, por obtener la dosis
de ternura y crueldad que requiere mi vida,
o tal vez por motivos de amor inexplicables.
Las historias que cuento, ¿a quiénes interesan?
A unos pocos amigos y a algún lector amable
que me sigue hace años, pendiente de mi juego.
Escribo –lo confieso– sólo para mí misma,
sin preocuparme apenas de la fama, la corte,
el mundillo y los chismes que sobre mí se cuentan,
sin pensar si a otros gusta; gustándome a mí, basta.
He aquí mis intenciones: si puedo, divertirme
a costa de la lírica, sentimental a veces,
frívolamente otras, pero siempre consciente
de aborrecer las reglas que marcan este juego.
MALOS TIEMPOS
ESCENAS INOLVIDABLES
Rizada su melena de cobre, ondulado
el rugido más fiero de la selva,
puso garra en mi cuello a modo de abanico
y encendió todo el aire su cercana presencia.
Fuera yo rubia, linda artista de Hollywood
entregada a los brazos del seductor felino,
joven promesa, musa de algunos
directores sin suerte ni dinero.
Yo, conquistada. Yo, carne fresca
bajo el lomo feroz del cuadrúpedo amable
que, con voz amielada, a mi oído susurra
la banda sonora de algún viejo éxito.
Yo, domeñada. Yo, débil hembra
incapaz de negarme a guiones sin peso.
El plató nos otorga el dominio soñado
y aunque efímeros, falsos, los instantes
rodados se convierten eternos
en la mente infantil de la estrella de cine.
Yo, celuloide. Yo, heroína
en las garras de oro de la Metro-Goldwyn-Mayer
FERROCARRIL AL CIELO
Usted y yo no vamos ni
venimos. Y no será para nosotros
la luz tranquila que habrá un día.
J. Mª. Álvarez
El infierno aguarda a la vuelta de la esquina
acobardando al más valiente,
un trago de ron devuelve suavidad
y amaina los humores, las patrañas del cuerpo.
Un poco de sombra, sólo un poco de sombra
para este pobre viejo que ha pateado el mundo
sin encontrar la mano o el guante de la suerte.
Maldigo esta estación de vía estrecha,
su cauce inapetente hacia el Norte o el Sur.
Indiferencia se llama la historia del hombre,
ir dejando la piel entre sucios andenes,
desnudando la lengua de divinas palabras.
Usted y yo no vamos ni venimos, ningún dios
nos ampara ni nos da su apellido;
viajeros de tercera, maltrechos y cansados,
vigilamos la humilde maleta de huesos
y en el vagón de cola sin duda moriremos
una tarde nublada, sin frío ni calor.
¿Cuánto cuesta la lucidez, hermano, siempre
mal pagada?, ¿cuánto el billete de vuelta?
El tren que esperábamos viene con retraso.
TARZÁN & JANE
Antiguo fue el deseo, prohibido su rumbo,
mar fluido y convulso su rosa de acero,
las espinas clavando al transeúnte tímido.
En el golpe de luz de un semáforo urbano
apareciste de pronto, reluciente muchacha.
Chorreaba tu pelo un estambre de fiebre
listo a precipitarse en los bares de moda.
Perdido en la selva sin ley de tu aliento,
lianas son tus dientes para mi dulce lengua,
perros carniceros a punto del asalto.
Frivolidad oferto a cambio de unas copas,
exprimo de la noche el hueso y la palabra,
trajino por tu cuerpo sin conciencia de culpa.
Amanece y borrachos buscaremos la esquina
de la suerte, un trébol de alcohol puro,
el somnoliento taxi que nos devuelva a casa.
¿Quién mutilará sin miedo la última hoja?
¿Quién le romperá la cara a la mentira?
¿Quién pondrá flores al héroe de la noche?
Buenos días, amor, crímenes pasionales
sólo se cometen en la fiebre del sábado.
PALEOLÍTICO
Nuestro amor, anterior al Diluvio y otras
inundaciones, dedicado al pillaje y la guerra
con tribus vecinas, sumiso a la ley del más fuerte,
al mito o la leyenda, no creyó en la fortuna
o el adverso destino. Se olvidaron los dioses
de amparar nuestra cueva. Ese invierno
los búfalos huyeron a un reino más piadoso.
Famélicos y hambrientos, hundidos en la nieve,
los lobos rastrearon la intimidad del valle.
Malos tiempos para quienes poníamos
ilusión y orgullo en cada flecha.
Nuestro amor sucumbió con el deshielo.
Corriente abajo, debió arrastrarlo el río
entre ramas y trémulos cadáveres.
Ningún dolmen le dio digna sepultura.
Nuestro amor fue, tal vez, un rupestre vestigio
pintado en las cavernas con la sangre inmolada
de las víctimas, un cuchillo de piedra
primorosa, una señal de haber prendido fuego.
MADRID O LA MUJER ARAÑA
Se miraban, extraños en una única alcoba.
Animales del destino con billetes de ida.
Las paredes ceñían el fiero contorno de la sangre,
la saliva era un beso para dos sobre el mantel de hule.
Fuera preferible no limpiar las ventanas, ocultos
permanecer en la guarida mientras devoraban del amor
su penosa costumbre, los ritos consabidos.
Románticamente el uno se ensañaba con el otro,
luchaban a muerte por el mismo trozo de víscera.
Alrededor del fuego crecieron sórdidas pasiones,
afiladas mandíbulas, dientes involuntarios,
dedos apuntando la sien a modo de disparo.
Cualquiera de los dos mató primero, a saber.
A falta de pecados y otras sumisiones,
siguieron recreando en la imaginación
el arte primitivo de la caza.
Madrid besa violento, el cigarro en la boca,
jugándosela a dar de tipo duro.
Sentimental en el fondo, arriesga la piel por un farol.
Hace tiempo que las cartas fueron marcadas
y, por si acaso surge la trifulca,
es gozoso sentir el roce caliente de una navaja
en el pernil de la carne y la desdicha.
CENICIENTA IN THE NIGHT
La quise, sí, pero fue un sueño
amarla un grado más que a la ginebra,
pues todo asunto tiene sus distancias,
su puro y cristalino vaso de locura.
La quise, sí, y acabó pronto
en brazos de otro amante portuario,
más ágil que yo con la bebida,
más triste y quizá más renegado.
Qué habrá sido de ella, me pregunto.
A veces la imagino en una esquina
agitando el bolso igual que el alma,
borrándose el carmín con las farolas.
Soñará todavía con necios millonarios
que aparquen el capó justo en su acera
y la lleven a rugir a alguna fiesta
donde nunca, nunca den las doce.
BARRA DE LABIOS
Yo, apretado pernil de caucho sintético,
motorizado macarra de la vía pública,
tuve que frenar en seco ante sus piernas
–magistralmente hermosas, lo confieso–
y montarla a la grupa de mi Vespa.
Camino de mi anhelo secreto y de su casa,
la mano en el volante tornadizo, tomé
rumbo al instinto y jugué a amarla
unos kilómetros, más pendientes mis ojos
de su piel que de la ruta, sospechando
que habría de perderla en el camino.
Limadas y coquetas sus rodillas,
la chica contoneábase con garbo
apretándome el muslo en cada curva,
ceñida a mi solapa como un lirio.
Siéndome preciso abrir de un tajo
el cauce sostenido del deseo,
aceleré mi corazón a cien por hora
soltándoseme el freno de la lengua
y, diestro en toda clase de equilibrios,
doblé el rugiente esqueleto de la moto
hacia el bulbo central de la diana,
dispuesto a descarnarle el vivo anzuelo,
atropellarle el carmín y de su encía
hacer brotar dulzona y necia sangre.
Perfecta fierecilla como era,
pagó con treinta insultos mi osadía.
Caro le ha salido a mis oídos
robar la ardiente barra de sus labios.
TATUAJE
Era mujer y por tanto caprichosa,
capaz de encender un huracán
o una cruenta tormenta de celos
en pleno corazón de la Marina.
Cada mañana, cuando atracaban
los buques mercantes en el puerto,
se paseaba por toda la escollera
luciendo una camisa perfumada
y de noche, al ritmo de un bolero,
marineros de cinco continentes
cortejaban su talle de lavanda.
Una noche, un capitán borracho
ancló entre sus senos morenos
la hoja de una navaja, bordando
la roja insignia de una rosa.
Desde entonces la llaman Tatuaje.
Bajo sus enaguas cruzan la aduana
lujosas mercancías de estraperlo
llegadas por mar desde las Indias.
A cambio obtiene un buen puñado
de monedas que arroja por la borda;
confiada en zanjar un buen negocio,
la suerte adversa de aquel hombre
compra en secreto a las olas del mar.
Obras de caridad no se permiten
en tierras de mercadurías, sino
el riesgo o soborno de quien juega
la piel y el alma en cada apuesta.
También es el amor, si apuras,
cuestión de venganza y contrabando.
TIEMPOS DIFÍCILES
PROPÓSITO DE ENMIENDA
En los bolsillos se hunden las manos más remotas,
apetece un café y empapado de lluvia,
aunque queme la lengua y las entrañas,
un hombre entra chorreando en la taberna.
El hombre prende un cigarro con desdén,
amargo el gesto de la boca.
A sus labios cansinos sorprender ya no puede
el sabor del tabaco, la indolente costumbre.
Sudor y vaho respira en el local cerrado.
Lo observa a cada sorbo un grupo de clientes.
Concentrado en el rostro del recién llegado,
aspira a compartir su taza, su humo, su alma.
Afuera llueve y llueve calando las vísceras:
la misma rutina un día tras otro.
Incluso vivir resulta un juego sucio
si se remueve el poso distraídamente.
Una taberna, un hombre, una historia insulsa,
la lluvia como telón de fondo para un poema
que, curiosamente, habla de mí,
un tipo vulgar que fuma y bebe.
Prometo en el futuro cambiar de personaje,
inventar historias fabulosas, nada que se parezca
a las mediocres escenas de mi vida.
Prometo en cada verso decir una mentira.
MERCEDES BENZ
Ama la lencería e inútiles prendas
de amor canalla, tabernas clandestinas
a deshora y sin prisas, ruborosos
contactos de muslo adolescente.
No niego que la vida sea perfecta
falacia, rumor de besos turbios,
una selva de intrigas pasionales
donde apostar al rojo más intenso.
Tres días, no más, durará la aventura
a través de la niebla. Infiel
a su destino, dejará que el instinto
le marque la senda más propensa
a la dicha. Carruaje de lujo su piel,
feroz volante camino al Paraíso,
morirá por traviesa en peligrosa curva
del corazón humano –al que tanto burló–
sin más faro que el cruel ojo de Acuario.
CALLE DEL INFIERNO
Tal vez por ceder más de lo permisible
fui arrastrando el sustento de tus besos diarios.
A la larga se hicieron cuchillos de feria,
tómbola caliente en medio del desdén.
Hace ya un infinito que no me dice nada
el continuo lenguaje de tus tiernas caricias,
mas sigues insistiendo con afán o inocencia
como quien pone en juego su futuro, su hombría.
También las pasiones tienen orgullo propio,
principio y final del artificio.
No es digna de nosotros esta fácil comedia,
con piadosas mentiras ir tapando la llaga.
A amores malditos sólo les resta hallar
el valor suficiente para romper el hilo,
sutil, amablemente, sin escorar la herida.
Si en sórdidas pensiones puse todo mi empeño
por arreglar, acaso, lo que ya se iba a pique,
si aposté en la ruleta todo mi amor a un número,
no quiso el destino jugar con mi naipe,
darme la suerte siquiera una vez, ser mi cómplice,
mi amante, mi adivino, mi dama de corazones.
SOLA EN LA SUITE
Dudando entre el güisqui y la ginebra
para empañar sus ojos y liquidar la noche,
tan lejana del vaho que a la ciudad domina,
¿qué hacer con tanta vida hasta la madrugada?
El teléfono ofrece lúdicas sugerencias,
por ejemplo ir marcando números del hotel
y en un breve susurro no exento de malicia
susurrar al cliente estoy sola en la suite.
Tanta melancolía no cabe en la copa
y es inútil jugar a disfrazar las uñas,
tapar con laca roja el cotidiano hastío,
imaginar que el tiempo se ha guardado una carta.
Flotando en el alcohol con que ella olvida,
cuatro rostros se agolpan tras un mismo cristal,
antaño fueron dioses y hoy sólo nombres vanos
vencidos en la lucha desigual del amor.
Sobre el sofá derrama las medias más tristes
de la ciudad. Borracho y desmañado,
bajo arañas temblonas de una suite de lujo,
luce su corazón cuatro carreras de nailon.
TODO TE LO PUEDO DAR MENOS EL AMOR, BABY
Llovía en San Francisco y la hembra más dichosa
surcaba las aceras bajo un rubio paraguas.
Montaba altos tacones, coqueta hasta el delirio,
y prometía mucho la recta costura de sus medias.
Tan fiero y femenino el zigzag de su cadera
ondulando la calle al ritmo de una samba
que, necio adulador, me ofrecí a acompañarla
sin sospechar siquiera la trampa en que caía.
Tras un corto noviazgo en el que demostró
ser una actriz divina, empuñó una pistola,
me exprimió el bolsillo y se largó tan fresca.
Patán y cobarde como siempre he sido,
chucho pegado a sus talones, la vi alejarse
contoneando el bolso en busca de otro ingenuo.
Todo menos amor me dio la puta lluvia,
todo menos amor y aún me consuelo ansiando
que un tipo le responda con la misma moneda.
VODEVIL
Amigos, razonablemente amigos.
Lo dijo lentamente, el cigarro en los labios,
como quien lo ha ensayado una y otra vez
en el retrovisor.
Nunca más la canalla
noche a escondidas, los besos desgarrados,
el amor sin papeles ni seguro de riesgo.
Nunca más pasar frío
en algún deprimente y sucio garito
de la ciudad, mientras afuera llueve.
Nunca más el peligro de ser descubiertos.
Razonablemente amigos, si es que puede
razonarse el precio que nos cuesta.
Hemos firmado el pacto más triste, sonriendo.
De alguna manera había que acabar la función,
sin llanto ni estridentes escenas de mal gusto.
¿Quién de los dos aprendió de la vida
a ser más cobarde, más torpe, más embustero?
Como amigos, muy bien, como amigos.
Convendríamos en la ley más severa,
la distancia, el silencio, el abandono mutuo,
una tierna mentira mantenida en secreto,
jugar a ser un tiempo héroes desahuciados
y descubrir un día de nuevo el apetito,
lo añorable de un cuerpo en la distancia.
Sonriendo, sello el lícito pacto
y veo alejarse el coche entre las calles
blancas de la madrugada.
No me rajo las venas ni saco el revólver,
el sabor diminuto de aquella sonrisa
es suficiente castigo para un alma perversa.
Qué amistoso resulta
este embuste privado, propio de vodevil.
SAFARI
Amores de un día a veces nos bastan,
como un paraje exótico al que nunca volvemos
mas queda en la memoria, intacto, indeleble.
Arrebatan la abulia del tórrido verano
que indolente dormita a la orilla del mar
y acometen con furia, inyectando al paisaje
una nube de agua, si breve y pasajera.
Acodado en la barra, el amor nos hostiga.
Lleva el rifle cargado de leves promesas
y burlón, despiadado, vulgar en sus gestos,
va ganando terreno con trampa o pericia.
Es perversa su lengua, su modal poco amable,
pero conquista el vaho feroz de sus ojos,
su disparo inmediato al menor movimiento.
Peligroso resulta visitar ciertos bares.
Aún así penetramos, el dedo en el gatillo,
en la innoble morada donde Amor abre fuego.
Abandónate, Adán, no repliques tu suerte.
Ni siquiera una tregua de honor te concede
el que tanto ha esperado y tan pronto abandona
tu carne ya usada, fiel a la selva.
CHINATOWN
1
La jungla brota con los primeros tigres.
El kimono de Madame Li-Sui entreabre
una ruta a los barcos noctámbulos:
encallados marines de rumbo impetuoso,
rostros rutinarios envueltos en penumbra
cuyas pipas de opio aroman el ambiente.
Al hilo del espejo perfilo el negrísimo
escorzo de mis cejas, con oriental
esmero repaso los detalles del atuendo
mientras aguardo fugaces demandas de amor.
2
Nacaradas uñas y polvo de arroz,
cutis de porcelana dinastía Ching.
Hábilmente esparcidas por mi nuca
los diminutos dientes del almendro.
Pétalos de melocotón, mis labios.
Maquillada rosa de té, mi mejilla.
Finísima hilatura de oro y seda
en el paipai bordado de la lengua.
Escarlata y púrpura, tatuado a fuego
sobre mis senos, un dragón enroscado.
3
En una calleja del barrio chino,
alumbrado por farolillos de papel,
este burdel se asemeja, por lo dorado
y lo rojo, pese a su falsa decoración,
al palacio del emperador Li Tai Chi.
Amargo y blanco brazo del espino,
mi corazón llora cada vez que un cliente
regala a mi collar una nueva perla.
¿Qué estanque sostendrá esta noche
las flores de loto de mis lágrimas?
CORRESPONDENCIA
Eu estou sempre aqui, decían sus cartas.
Atardece y los pájaros peinan nerviosos
la avenida, tornan sus alas el aire
morado, les tiembla el pulso.
Inundan la ciudad los días de poniente.
Sólo entienden del cielo y sus costumbres:
vivir el loco instante, exprimirle el calor.
De una antena a otra el viento los empuja
sin preguntarles nada, ni siquiera el rumbo.
Eu estou sempre aqui, decían sus cartas.
Llegaban de lejos con letra minúscula,
desde el extremo Atlántico. Los días impares
el cartero entregaba ambición y ternura
disfrazados bajo un sello inocente.
Imposible vivir sin el sustento adorable
de sus cartas, más dolorosas si más desnudas,
pequeña e intrigante su cruel caligrafía.
Eu estou sempre aqui, una mentira como tantas.
¿Qué meter en el sobre que no conozca aún
de esta vida indolente de provincia
ceñida al ritmo intenso de los astros?
¿Qué posibles palabras inventar para él?
Tan sólo veinte gramos de correspondencia.
Estoy siempre aquí, al borde del mar,
esperando un barco que me rapte, un telegrama
en blanco, una carta de amor sin remitente.
TANGO DE CARNAVAL
Del yo al tú tan sólo una escalera, y en el infierno
estás contigo a solas, entre el tumulto del caliente confeti,
preguntándote el goce y el porqué de la máscara,
sin entender el ritmo trepidante del absurdo.
La sangre se te sube a la cabeza, hermano,
disfrutas rugiendo lejos de la plácida guarida,
dejándote arrastrar como animal en celo.
Excita a la bestia el ruido multicolor y el perfume
desordenado de la manada, la música chillona, pegajosa
de una orquesta en pleno centro de la plaza.
El vino a boquear se presta tenso y algo amargo
pero cae a la boca con gula bulliciosa.
Nada ni nadie puede esta noche batirse en retirada,
ni siquiera la lluvia que invita generosa a los portales.
Calle abajo, con espada de plástico, rajando vamos
el tránsito guerrero, la avalancha, la muchedumbre fiel
al tabernario, bocas de amante ocasional y oportunista.
La contraseña te indicará el camino que lleva a la alameda.
Allí los besos son más densos y los pechos se beben desbocados
aun sabiendo que ni hoy ni mañana acaba el mundo.
Sucede simplemente que suenan a lo lejos tambores de Cuaresma.
CONVERSACIÓN DE RUTINA
Un hombre y una ciudad
caminan muy pegados.
Ruidos de motor, semáforos
que guiñan en la oscuridad,
aceras de aparcamiento azul.
Los bares abren pronto
la tarde de los sábados.
El hombre del que hablaba
hace un momento, un tipo gris,
indolente e irónico esta tarde,
conversa con la ciudad.
Una voz ronca, sin altibajos.
Como todos los sábados,
el mismo gesto cómplice.
Conversan como viejos amantes:
sin aquella provocación
que antaño iluminaba el rostro.
El hombre prende un cigarro.
Del brazo, la ciudad camina.
Amor es costumbre, engaño,
un código jugado a medias.
UN TRANVÍA LLAMADO DESEO
Paloma brava diríase su gesto,
plumón herido bajo la bruma.
Temblorosa y fragante en su papel de flor,
agitó las pestañas cargadas de rimmel.
Torpemente tu ingle acudió a su reclamo,
primeriza en el arte de cubrir a la hembra.
Un hilo de saliva fue sesgando la alcoba
–tímido el engranaje de los primeros besos,
más viriles al avanzar las horas–.
Extraño te hundías en el seno despierto
de tu dama de noche, intuyendo el destino:
mantener en secreto aquel bello desliz,
buscarla cada noche y sólo hallar la niebla.
Clandestina es el alba de toda ciudad,
hermosa la piel que no esconde su instinto
y desnuda conduce su propio tranvía.
FLORES PARA JOHNNY
Fuera un ajuste de cuentas,
comercio ilegal, una aguja hipodérmica.
Fuera sangre sin cauce,
celoso artificio,
guante de lujo entre tanta inmundicia.
–Esperamos mucho de ti, muchacho.
–Un brillante porvenir– dijeron.
Comienzan a encenderse las farolas,
abren puerta los bares al instinto,
alguien pregunta por ti en voy muy baja.
Fuera carne de perro nuestra vida,
fuera tráfico, riesgo, desventura,
un algodón empapado en lágrimas sucias.
New York anochece temprano,
bostezando en el vientre de un taxi amarillo
que, hermano del infierno, sudoroso te ofrece
un olor vomitivo a semen y a tabaco.
–Será la última vez, te lo prometo.
UN TIGRE
Pienso en un tigre. Bajará a la ciudad
a la hora en que abren los bares
y se expande un intenso perfume
humano. Anochece. Sediento
se acodará en la barra y beberá
unas copas con los ojos prendados
del brillo siniestro y metálico,
dúctil su lengua, aromado el local
con un vaivén continuo de clientes.
De fondo un blues elástico y el rugir
endiablado de las máquinas tragaperras.
Observa en silencio y remoja sus fauces.
Le delata la garra que esconde su camisa.
Nadie diría –por su aspecto–
que es un cruel asesino de la selva,
sino un hombre sin prisas, indolente,
incapaz de inventarse otra rutina.
Cada viernes, tierno y solitario,
cometerá un crimen sin más rastro
que un poema olvidado sobre la barra.
TIEMPOS MODERNOS
LA RUTA DE LA SEDA
La vida se nutre de amores cobardes.
Un sol sucede a otro, y así el mañana
llega por sorpresa, con la risa gastada
y un sabor a asignatura pendiente.
A veces lo intentas: mientes por enésima vez
a sabiendas que aquí tampoco encontrarás
el riesgo, la emoción, la pasión desatada,
y es que la vida en sí se te ha escapado.
Háblame de rutina y te diré: la conozco,
nada ofrece de nuevo, pero acompaña;
a medio camino entre argucia y decencia,
no desentona aunque a veces aburra.
La ciudad te cobija. Nadie diría que
tras haber sido amada tanto
tu corazón aún se halle intacto,
demasiado gastado de no usarse apenas.
EL JUGADOR
Se vive solamente una vez,
hay que aprender a vivir y a querer.
Antonio Machín
No niego que la vida me concedió favores
a fuerza de dinero (más tarde o más temprano
habría conseguido lo mismo a mejor precio,
pero no constituye mi virtud la paciencia).
Si bien es costumbre guardarse una carta
para un caso de celos, locura o traición,
jugué siempre limpio, sobre el tapete,
derrochando altas dosis de pasión con extraños.
He aprendido a querer no queriendo a ninguno
de los múltiples nombres con que Amor se disfraza.
Apuesto fuerte pues tal es mi destino:
saborear un rato la miel que otros poseen,
sabiendo que es tan breve el tiempo de la dicha
y que hay que alzar el vuelo hacia otra flor.
Pregúntame si he amado más de lo posible,
si en amar he apostado mis noches y mis días,
si convertí mi vida en un juego imparable.
Me amparan las reglas, especialmente una:
hay que ganar, cueste lo que cueste.
AÑO NUEVO
Al volante, treinta y uno de Diciembre,
un cigarrillo en los labios al borde de las doce,
sin champán, sin mujeres, solo en la carretera.
Apaga la radio. Aparca. Se sosiega.
¿Para qué tantas prisas si ya es tarde?
A estas horas, Marlene, borracha, bulliciosa,
alternará en una fiesta de sociedad
con su largo vestido de satén y una perla
entre sus pechos. ¿Qué perfume llevará?
¿Arrastrará a algún hombre hacia la perdición?
¿Será ya medianoche en los relojes?
En la carretera
el tiempo se ha detenido
como un motor cansado de la vida.
Se quita el esmoquin, lo arroja a la cuneta,
así de fácil. Adiós, Marlene,
han aparcado tu corazón en medio del camino.
–Champán para Miss Cardwell– alguien ordena,
y al instante las copas centellean a su alrededor.
Qué hermosa resulta en medio de la fiesta,
sedienta y vibrante como una muchacha,
apenas enseñando un finísimo tacón.
Risas acá y allá, confeti flotando cual nieve,
gasas, lentejuelas y crujiente tul.
–Más champán, camarero, para Miss Cardwell.
Junto a un automóvil un hombre mira las estrellas.
Ha descorchado en silencio un nuevo año.
Una noche ideal para hundir el Titanic.
CAFÉ DE LEVANTE
Llegaba los jueves con el viento
y en la barra asentaba su dominio,
mezcla de orgullo e inquietante distancia.
Apetecida, saciaba su sed
sintiéndose mirada, como dardo de luz
que atravesara el aire sin respiro.
No más quería, sentirse un rato
centro del deseo, fruta rabiosa
que el varón sueña entre dientes.
Sus medias, color ron,
ponían un grado de alcohol a la noche
y excitaban la vista, el olfato, el olvido.
Agitaba las horas con hielo sereno
y antes de irse, lejos de ebria,
habría embriagado a más de un tipo.
Dejaba en el local fragancia a limón amargo
y se iba a casa con el viento de vuelta.
AVES DEL CIELO
Acechante tras las gafas oscuras,
con la arrogancia del que se sabe hermoso
animal de alcoba, dueño
de otros cuerpos y otras vidas,
bajo la coraza llameante del Triumph
acudiste a la cita.
Monté. Arrancaste el motor
de tu flamante juguete, encendiendo el aire.
También mi corazón –un motor apagado
hace tiempo, aguardando la llave
que sepa arrancarlo– parecía vibrar,
receloso al principio, más confiado
a medida que avanzaba la tarde.
Caprichoso, inflexible, altanero,
imponías el rumbo sin preguntar,
como un dios en su sagrado templo rojo.
Jugaré –me dije– a ser paloma,
seductora ofrenda en tu ara de fuego,
por tal de descubrir tu flanco vulnerable.
Y descubierto, ¿quién hará el papel
de águila y quién el de ternura?
LÍNEA DE FUEGO
Me gustaba jugar con los hombres,
provocar su ansiedad, su apetito,
inducirles a robar mi corazón
como si se tratara del robo del siglo.
Por tal de ponerles mi conquista difícil
convertía la ruta en selva intrincada,
rebosante de fieras, trampas, peligros,
para dar más emoción a la aventura.
Coqueta y caprichosa, me afanaba
en buscar nuevos obstáculos
si alguno, a punto de morir,
aún creía alcanzar la puerta del Edén,
e insistía en ser cruel a medida
que a la meta llegaban.
Competían con héroes de novela
en su afán por ganar mi manzana de oro
y emulaban legendarias hazañas
convencidos del éxito final de la empresa.
Suerte tuve que nunca
en las garras caí de un desalmado
que jugase cortés a devolverme
las sutiles torturas que les hice sufrir.
Llegaron a mi vida sólo tipos sin suerte,
torpes en el amor, fáciles de manejar.
Orgullosos, insensatos, burlados,
ninguno se dio cuenta de que había
un corazón sin estrenar bajo mi escudo.
DÍAS EN LIMPIO
A oscuras, tan a oscuras
brillaba la moneda de su corazón.
Cuán atrapado y necio
puede sentirse un hombre
un lunes, un martes
e incluso un jueves
si la noche cae de pronto
y ella le pide muerde mi luz.
Sólo los héroes de epopeya
son capaces de luchar contra el destino.
Hay monedas rubias y monedas amargas.
Las hay que ruedan hasta el centro
del cuerpo y otras,
más afiladas,
que parten en dos el labio.
A oscuras, ¿qué vale un hombre
sin su moneda?
BOLERO
Un coche transita lento y precavido
bajo las alas fatales de la niebla.
Estamos en Sevilla, tres de la madrugada,
una noche cómplice de invierno.
Un hombre al volante; sin prisas
conduce a una mujer hacia el peligro.
Ella lleva en sus medias color negro
una carrera al cielo, otra al infierno.
Su blusa parece una promesa
de seda y fantasía a su medida.
Su falda, un huracán redondo,
mezcla de lo humano y lo divino.
¿Qué imagina el lector en este punto?
¿Perderán el rumbo o llegarán a salvo
a su destino? ¿Vencerán las pasiones?
¿Pondrán freno al instinto?
Aparcan y se miran. Ambos piensan
que a estas horas, de noche, sin testigos...
Se besan, pues. Repiten. Les gusta
el sabor agridulce de la niebla.
¿Quién te iba a decir, muchacho,
que te visitaría el amor por sorpresa
y tú, tan cobarde, te irías a casa
alegando no sé qué torpes excusas?
DISTANCIAS CORTAS
Se le consigue
con una conversación galante,
insinuando sin decir nada;
con una risa, un desdén,
una barra furiosa de labios.
Se rinde fácil
ante una prenda curva y perversa,
encandilado y con miedo
aunque no tiemble su pulso ni su voz
al desnudarla, y más si su perfume
lleva nombre de ángel
y suena a París u otra ciudad nocturna.
Se le vence
en las distancias cortas
pues apuesta lo justo, escatimando.
Se le despide
pronto porque lleva prisa,
como si le empujase el demonio en persona.
Copa tras copa, jamás apura el fondo
ni logra emborracharse.
Hay un hombre que mide lo que mide su alma:
el humano fracaso de sentirse muy solo
a medio camino.
Hay un hombre que juega su papel de hombre.
Hay un hombre, pero no es ése el hombre.
ABIERTO TODA LA NOCHE
El héroe está sentimentalmente solo.
Tiene la batalla perdida de antemano.
Debe defenderse del amor
porque el amor no sirve para redimirle.
Se agita dentro del gabán
y pide una cerveza bien fría,
algo simple, que le aparte un instante
de las buenas intenciones.
Tan desamparado y solo
frente a sus errores,
a sabiendas que nunca alcanzará la gloria.
¿Acaso el amor
no es de por sí un fracaso?
Algo le dice que pasó buenos ratos
con algunas mujeres,
ésas que echan por tierra
las teorías más complejas y fingen
amarlo todo, a fuerza de conflictos.
Nuestro héroe no peca,
sólo simula cometer pecados.
No es bueno ni malo, simplemente
engaña, sobrevive, gesticula,
trata de ganar la partida
tirando a la cuneta algún ideal que otro
y a lo sumo se acuesta con unas monedas.
Escéptico, siempre guarda un reproche.
Sensato, desconfía de él mismo.
Sabe de antemano su final poco amable
y se venga de su papel de héroe.
¿Consuelo o sarcasmo?
Algún día inocente, hoy por hoy
un maldito bufón de la vida.
IMAGINA QUE SOY TU COCHE IDEAL
Imagina que soy tu coche ideal:
una línea sofisticada y aerodinámica,
un potente motor de dieciséis válvulas,
elegancia, confort, rapidez de aceleración.
Pon tus manos al volante.
Acarícialo. Más despacio. Más todavía.
¿Qué esperas para ponerme en marcha?
¿Temes alguna cosa?
Tengo el depósito lleno y tantas ganas
de correr sin rumbo
a cien, ciento veinte, ciento cincuenta
kilómetros/hora...
Adoras la velocidad en ciertos tramos,
sobre todo cuando el coche es tan dócil
y puedes hacer con él lo que te plazca.
¿Y ahora?
¿Qué pasa?
¿Por qué frenas?
ÍNDICE
Declaración de intenciones
MALOS TIEMPOS
Escenas inolvidables
Ferrocarril al cielo
Tarzán & Jane
Paleolítico
Madrid o la mujer araña
Cenicienta in the night
Barra de labios
Tatuaje
TIEMPOS DIFÍCILES
Propósito de enmienda
Mercedes Benz
Calle del Infierno
Sola en la suite
Todo te lo puedo dar menos el amor, baby
Vodevil
Safari
Chinatown
Correspondencia
Tango de Carnaval
Conversación de rutina
Un tranvía llamado deseo
Amor a la española
Flores para Johnny
Un tigre
TIEMPOS MODERNOS
La ruta de la seda
El jugador
Año Nuevo
Café de Levante
Aves del cielo
Línea de fuego
Días en limpio
Bolero
Distancias cortas
Abierto toda la noche
Imagina que soy tu coche ideal
HISTORIA DE UN LIBRO
Los poemas más antiguos de Malos tiempos datan de 1985. Aquel año comencé a escribir poemas que nada tenían en común con Las bacantes o Felina calma y oleaje. Los escenarios, el ritmo, el lenguaje, el tono eran muy diferentes. Recuerdo que andaba entusiasmada y se los enseñé a algunos compañeros de facultad (Rafael Ramírez Escoto, Vicente Vegazo...).
A principios de 1987, Rafael Pérez Estrada me pidió un libro inédito para publicarlo en la colección de poesía “Puerta del Mar” de la Diputación malagueña. Como Malos tiempos aún no estaba terminado, fijamos un plazo de seis meses para la entrega del libro. Fueron meses de trabajo intenso, pero el libro no fue publicado a fines de aquel año, ni al siguiente, y aquel bello proyecto quedó en cadáver.
Ocho poemas –que luego agrupé en la primera parte del libro– fueron publicados en una plaquette por el Ayuntamiento de Almería en el otoño de 1988, y otros cuantos se publicaron en revistas de poesía.
En 1989 presenté el libro al Premio Rey Juan Carlos I del Ayuntamiento de Marbella, con la ilusión de verlo publicado en Visor. Ganó el poemario presentado por Miguel Argaya –tres votos–, quedando el mío finalista –dos votos–. Aunque el jurado recomendó que ambos fueran publicados, la editorial no quiso.
Pasaron los años. Eliminé algunos poemas y sumé otros más recientes; seguía teniendo aquel aire de amor canalla, aquel regusto ácido e irónico, a medias entre un melodrama divertido y una comedia tristísima. Aunque me acostumbré a verlo en un cajón, ansiaba que algún día se publicara.
En 1996 lo presenté al Premio José Manuel García Gómez de Cádiz y resultó ganador. Lo editó un año más tarde la editorial gaditana Quórum: bella portada, corta tirada y escasísima difusión.
A finales del 2000 Carlos Morales me dijo que quería reeditarlo en su editorial, El Toro de Barro. Acepté encantada porque consideré que se merecía una segunda oportunidad, con más difusión y más lectores. Le tengo un cariño muy especial a este libro y sigue gustándome muchísimo su bocanada de aire cómica.
M. E.