LA CASA AMARILLA
Sobre a nudez da verdade,
o manto diáfano da fantasia.
Eça de Queiroz
VIEJOS AMIGOS
Entraban en los bares
felices, sin titubeos,
lengua y pulso inquietos,
y exprimían la pulpa de la noche
en desorden y risas.
A su lado, yo era un tipo infeliz,
uno de ésos que se apoya en la barra
y mira –sobre todo mira--
y no suelta la copa por miedo
a sentirse aún más solo, inseguro y desnudo.
Entraban en mi vida
los viernes por la noche.
Durante dos o tres horas
mi corazón temblaba.
Cuántas veces soñé acercarme a la mesa
donde vida y acción se daban la mano
y simplemente decir, a modo de saludo,
“siento llegar tarde”.
A lo sumo llegaba a beber, desde lejos,
el mismo alcohol que ellos bebían
y muy tarde, ya de retirada,
acompañaba uno a uno a casa
como viejos amigos.
UN INVIERNO EN LISBOA
Una ciudad bajo un sol tibio de invierno
con calles bajando en desorden hacia un río,
chimeneas de carbón en un cielo manchado,
tabernas en penumbra, casi en silencio.
La vida entra a traición, por el costado,
y atraca como un barco más al puerto.
De dónde viene, a dónde va, qué importa.
Una ciudad sin prisas, donde el tiempo
se mide por cafés, a breves sorbos.
Cuando cae la noche y la humedad con ella,
todas las calles conducen al cielo
y el río se abre como un peine.
RUA DO ALECRIM
El amor no es peor en otras ciudades.
Disparamos acá y allá la Kodac
como ávidos ladrones,
resucitamos tópicos, embellecemos por horas
sucias fachadas.
Al anochecer, ebrios,
con los pies doloridos y el alma rendida,
arrojamos al Tajo los carretes.
Sólo entonces
abandonamos la estúpida pose de turista,
saboreamos a fondo cada rincón
entre el oro y la mugre de las calles.
Es entonces que la noche se acerca
y nos besa en los labios
el mismísimo Camoens.
DOMINGO DE PERROS
Si la garganta seca, una cerveza, dos, tres.
Si lluvia, un interior de bar
triste, confortable,
un camarero que remueve la calderilla
al tiempo que maldice al último cliente.
Sale el sol, la vida
se torna más amable por momentos,
alguien telefonea y al instante
la voz de no sé quien le dice voy.
Mientras otros alcanzan cielos sin nubes,
uno, acá, tan sombrío, perro de piel adentro,
los ojos en las piernas
de las muchachas.
El domingo no acaba
tras esta cerveza, nunca acaba,
ni siquiera borracho terminará el maldito.
CONVERSACIÓN DE RUTINA
La vida tiene un precio aquí en Lisboa.
Miserable si quieres, pero dulce.
No podía ser otra la rutina,
el tono melancólico
que va adquiriendo la tarde.
Dentro de un tiempo recordarás, extraño,
estos días de calma y paciencia,
el miedo a estar solo por las calles
sin tabaco, sin rumbo, sin dinero.
Amores que la ciudad te ofrece,
mañana tendrán un aire distinto,
más herido e inútil, más sincero.
Ondulante, este tranvía conduce al río.
Allí nadie te espera ni despide.
Te pones a mirar los barcos
y los ojos te delatan como niños.
PARAÍSO
Un no sé qué enfermizo en la mirada
y la colilla a punto de los labios,
todo bien, la vida pasa lenta,
tan desesperada y lenta que
–tal vez otro país, otras costumbres,
deberías viajar al extranjero–
la ceniza cae en la solapa,
un gesto brusco, un despertar de un sueño,
tanto dios en el cuerpo entumecido,
una taza de café, una ventana,
amargor en la boca y poco azúcar.
F.P.
Fernando Pessoa, miope, dibujado a dos tintas
en el billete arrugado con que compro la prensa.
Cien escudos su alma,
no más que cien escudos, lo justo
para un café y un bollo,
algunos cigarrillos o un billete de eléctrico.
Fernando Pessoa, sé que sonríes
cuando saco tu billete y lo beso
como novia que despide a su amado.
Tu cabeza vale hoy cien escudos
y mañana quién sabe.
Todos los poetas debieran nacer en Wall Street,
ser moneda fuerte en el mercado bursátil.
De nuevo he traicionado tu amor.
Te he vendido como un judas cualquiera
por un café caliente. Esta tarde
besé tu mejilla
antes de darte al enemigo.
CEMENTERIO INGLÉS
Una tarde de marzo de mil novecientos
noventa, en el jardín se dan cita.
Ellas bien perfumadas, con vestidos de seda
y sombreros sutiles. De oscuro,
cuello y pañuelo almidonados,
el gesto elegante, ellos.
Pragmáticos, bellas, frías, metódicos,
la colonia inglesa deposita sus flores.
En orden, sin lágrimas,
entran en la capilla y sin rozarse apenas
dan un pésame breve y correcto.
Ajenos a este rito, casi verdes,
los pájaros ven llegar la primavera.
Bajo un enorme drago de dulzona sangre,
frente a las tumbas de la Royal Air Force,
la tierra sea leve una vez más.
LA CASA AMARILLA
Sórdidas pensiones, estancadas al amanecer.
Con la nariz fría y las manos aún
más frías, mi amor con todo el pelo frío,
a un lado un lavabo de loza desportillada
y un agua más fría que mi propio amor.
Pensiones, quién os viera de mañana,
los visillos echados sobre el vidrio torpemente,
lejos ya del rubor, la cama revuelta,
un sudor barato y gratificante.
Mi amor se ha puesto torcidas las medias.
Tiembla su pequeño cuerpo de niña,
su cinturita que cabe en mis manos.
Aun con los ojos sucios, qué hermosa
me resulta, más delgada que ayer.
Las doce menos cinco en mi reloj.
JARDÍN BOTÁNICO
Los árboles imitan a los hombres.
Nacen para amar o ser amados.
Los hay solitarios, engreídos, cobardes.
Los hay que se suicidan o bien luchan
con uñas y dientes por un metro de tierra.
Les duele la lágrima áspera de la lluvia,
el sudor implacable de agosto,
sostener corazones y flechas ajenos.
La mayoría muere sin ver cumplidos
sus sueños más elementales.
Los caminos se bifurcan en el jardín botánico.
La lluvia se bifurca en el jardín botánico.
Mi vida tiene un no y un sí
en el jardín botánico.
BIBLIOTECA NACIONAL
Llegas. Te acomodas blandamente.
Toda la tarde por delante y un anochecer
de neón, quietud, abandono.
Tardarán treinta minutos en servirte
el ejemplar solicitado.
Intentas mirarte desde lejos
y componer la escena. ¿Acaso eres
esa melena sin orden, ese bolígrafo
cargado de deseo?
¿Acaso la mujer que juega
a entretener las horas?
¿Es posible perder maravillosas
tardes de oro lejos del bullicio
de los cafés y el centro?
¿Qué te lleva un día y otro
de Marzo a esta sala?
Por fin llega. Es arrojado
a la mesa como un cadáver
y al calor de tus manos
sientes que resucita.
Demasiado fácil. Treinta minutos
para obtener un íntimo contacto
con la piel de Cesário Verde.
VASOS COMUNICANTES
LA VIDA INCONFESABLE
Déjame jugar un poco más entre tus brazos.
Mira que el verano aún no ha llegado
con su carretilla frenética de sol
y es tibia la mañana, sólo tibia,
como un perro envuelto por los árboles.
Jugar a la ternura un par de minutos.
A las mentiras, si amanece nublado,
mientras en la cocina hierve el café.
Suenan en la radio noticias ajenas,
bocinas en la calle, un trasiego de gente
que ha madrugado y acude a la oficina.
Déjame jugar un poco más, te digo
cuando el ascensor te traga por completo
con la corbata algo torcida.
EL AGENTE DOBLE
¿Qué me ata a esta ciudad de provincia?
¿Una calle, una casa, un cuarto interior
donde tal vez fui feliz unas horas?
Nada y todo parece atarme,
una y otra vez el mismo nudo,
el mismo desenlace de la historia.
Al anochecer,
soltad mi maroma, dejadme perdida
entre las sombras del muelle, aguas adentro,
y que la corriente me arrastre
a ese cuarto, esa casa, esa calle,
surcando lentamente la madeja.
La ciudad no obliga a quedarse.
Indiferente, sólo piensa en sí misma.
Desata la cinta y me suelta.
Despliega su red y me atrapa.
SORTILEGIO
Soy un hombre indolente. Veo pasar las nubes
grises sobre el cielo gris. Apuro las últimas caladas
y arrojo finalmente la boquilla sin mirar
si alguien cruza en ese instante la calle.
Por la ventana abierta llegan débiles conversaciones,
risas mezcladas con el ronco motor de los autos.
La gente se divierte, cualquier motivo basta.
Se nota que ha empezado el otoño por el montón
de algas que ha arrastrado la marea. El poniente
se adueñó de la ciudad y es húmeda la noche.
También las nubes parecen darse cuenta del cambio
y atraviesan el cielo más de prisa, inquietas,
como si quisieran recogerse temprano
o llegar a tiempo a una ciudad del Norte.
Vivo en un edificio de las afueras,
en una ventana como tantas otras ventanas.
Observo a los vecinos sin calor ni nostalgia.
Temen quedarse a solas con la noche
y no saber qué hacer con sus cuerpos.
Diariamente recuento las bombillas de la calle,
me pertenecen todas esas luces insignificantes.
ARIADNA
La veía de noche atravesar las calles
desiertas, desoladas de la ciudad,
una sombra de luna en los escaparates.
La misma dirección, el mismo –siempre–
vestido de flores, idéntico
itinerario cada madrugada.
Alguien la citaba a altas horas
(imaginaba yo), algún amante
que olería sus flores siempre frescas.
Detrás de los visillos, cansado pero fiel,
aguardaba a diario hasta verla pasar,
ondulada, fragante.
Y sólo entonces, como quien ha cumplido
una cita secreta, regresaba a la cama
y conciliaba el sueño.
¿Qué hilo la guiaba a través
de las calles? ¿Qué toro
la esperaba al final del ovillo?
MATERIAL DE DERRIBO
Apareció B., pero no era mi tipo.
De aspecto gris, ensimismado,
la camisa planchada y correcta,
¿qué puede ofrecerme un tipo así?
En mitad de la pista, con la orquesta cansada
de tocar tantas veces las piezas de moda,
dejó caer en mi copa su corazón mediocre.
No era B. quien yo espero
y él lo supo en mis ojos.
Un tipo vulgar, uno de tantos
que acuden a bailar porque es sábado,
y mañana domingo, y pasado quién sabe.
Al final de la noche
quedan corazones dispersos
entre sudor, ginebra y falsas promesas.
HA EMPEZADO A CAER LA NIEVE
Ha empezado a caer la nieve,
azul como la flor del lino. Nos cobijamos
en la cabaña en torno a la chimenea.
Algo tan vulgar como una nevada
nos obliga a compartir el fuego.
Antiguamente solíamos contar historias
para acortar la tormenta.
Hoy todos callamos,
los ojos metidos en la taza humeante.
En el fondo nos gusta
saborear en silencio el café.
A veces nieva durante horas.
A veces días enteros.
Resulta violento, después de un buen rato
junto al fuego, no tener de qué hablar,
esperar a que la nieve
se canse de nosotros.
MIRADA RETROSPECTIVA
Mis días fueron tardes de suave rutina,
libros sobre la mesa, cartas que contestar,
la vida malgastada dulcemente en papeles.
Fueron nubes veloces cuando el tiempo ha pasado,
simples papeles viejos mirados con nostalgia,
horas de solitario en que puse ternura
y un toque inevitable de escéptico humor.
Tantas horas gozadas fingiendo personajes.
Tanta literatura llenando mi silencio.
Tanta soledad impregnada de tinta.
De aquel tiempo insensato sólo conservo el vicio
cálido y humeante del café a todas horas.
LOS COMPLEMENTARIOS
Has cruzado presuroso la ciudad
sin mirar a ambos lados de la calle.
Solamente un punto en tu cabeza,
un punto azul, una llamada urgente.
Después de largo rato de observar
el suave balanceo de las aguas
has regresado a casa
dejando atrás el muelle.
Si llama, acudes con premura,
no sabes el motivo pero acudes.
Algo entre el fango te convoca,
algo que te vuelve manso y tibio.
LA CONDICIÓN HUMANA
Un hombre es la ciudad
En la que viven otros hombres
Que conversan con sus palabras,
Visten esos cuatro colores
Y hasta pudieran ser él mismo.
José Angel Cilleruelo
Entrevió el desorden de su vida; la suce-
sión de ciudades, de amores transitorios;
y el tiempo, el siniestro deslizarse de los
años, siempre el tiempo.
Carson McCullers
VIDA MODERNA
Sucede que me canso de la vida moderna,
de pagar las facturas y saludar al jefe,
de coger ascensores que no llevan al éxito,
de repetirme siempre la misma contraseña.
Sucede que me canso de ser hombre constante,
agresivo, tenaz, burlón, despiadado,
como un superviviente después del naufragio
en la isla perdida que llamamos ciudad.
Sucede que me canso en la cola del cine
tras una ventanilla de no quedan entradas,
el corazón planchado en el forro del traje
y zapatos que caen rendidos de noche.
Sucede que me canso de andar a todas horas
sin tomarme un respiro o firmar una huelga,
derecho por la acera, parado en los semáforos,
puntual y ordenado, sensato y aburrido.
Sucede que me vuelvo huraño los domingos
y detesto salir a exhibirme en los bares,
beberme la tarde apoyado en la barra
con la mente dispuesta a vaciarse.
Sucede que me voy haciendo solitario
y no tengo ternura que llevarme a la boca,
pues me entra pereza o me vuelvo cobarde
si una mujer me mira de manera insistente.
Sucede, simplemente, que olvidé la aventura,
la acción, el peligro, el riesgo... la vida,
como si tales prendas fueran propias del héroe
y el resto de los hombres sólo simples mortales.
DOS ROSAS
Confluyen dos rosas en mi cerebro,
dos rosas que se atacan sin piedad;
la una es evasión, la otra es promesa,
y una por otra vivo en desazón.
Dos rosas que convergen un instante
y al instante siguiente son extrañas
anémonas de mar, cruzadas en la ola
eterna y vengativa de la noche.
Llegará el cuchillo primoroso
que separe la tiniebla de la luz
y al rocío temprano le responda
un obsceno aroma a rosa muerta.
LA COMUNIÓN DE LOS INFIELES
Tu engaño adoro ahora que te has ido
en brazos de otro, malditos sean sus brazos,
breve tiempo abrazada por los míos.
Tu desprecio adoro ahora que estás con otro,
altiva, invulnerable, sin mi sombra
de perro herido y sin consuelo.
Ahora que te has ido, tu perfume
se ha quedado hundido en la almohada
con el peso infiel de tu nombre.
Ahora que estás con otro, diría que la luz
se ha mudado de casa dejándome a oscuras.
¿Cómo poder dormir sin tus desaires?
CONFIDENCIAS
Hace años que olvidé la costumbre
de contarte mi vida en postales
y larguísimas cartas de provincia.
Con tierna, indulgente sonrisa,
tal vez fascinado, entregado y nervioso,
abrías mis folios de letra picuda
dejando que mintiese en cada entrega.
Con tal de no vivir a fondo,
las cartas ocupaban lo mejor del invierno,
tardes de frío y café solitario.
Cuídate mucho, te pedía
al borde del envío, con el gesto
irónico y cómplice del viajero
que va a zarpar sin retorno.
Pero volvías. Torpe, desmañado,
propenso a la pasión pero cobarde
al fin, ponías sello y sobre
a la aventura. Así de fácil.
Sin riesgo. Sin billete.
Cualquier ciudad podía cobijarnos
en cualquier punto de la imaginación.
Falsos remites encubrían la trampa,
membretes extraños de algún que otro
hotel donde nunca pasamos la noche.
Hace años que perdí la costumbre
y hoy me pides de nuevo que te escriba
–tantos años después–
como si mentir fuera tan fácil.
CUALQUIER ENAMORADO ES UN MERODEADOR
Cualquier enamorado es un merodeador.
Espía con angustia los pasos del contrario
e imagina una agenda repleta de enemigos.
A solas, frente al espejo, ensaya largos besos
emulando a los grandes galanes del cine
y urde un plan perfecto para colarse en su vida,
sutil como un ladrón de guante blanco.
Cualquier enamorado es un barco perdido
entre la niebla, sin más brújula
que el norte imantado de otros ojos.
Su boca busca hallar puerto seguro,
a salvo de icebergs y otros peligros.
Cualquier enamorado es una piel nerviosa
que sufre si no roza el objeto añorado,
una herida que nunca cicatriza,
un puñado de pólvora que arde sin mecha.
Cualquier enamorado es un presunto asesino,
a todas horas pronuncia el nombre de su víctima
y llegado el momento, arma en mano,
dibuja un corazón muy rojo, algo torcido.
BILLETE HACIA OTRA PARTE
Todos los viajes son absurdos.
Lo sabemos, pero viajamos
a provincias extranjeras
huyendo de nuestras calles,
de la monotonía que impregna
esta ciudad de siempre.
Viajamos hacia el norte
con lo puesto y un libro
en la maleta pequeña,
como quien escapa al fin
de sí mismo y no quiere
regresar de noche a casa.
Todo resulta igual de tibio.
Los trenes rompen en dos
el paisaje. El hombre,
entregado a la rutina,
simula disfrutar de la madeja
en la que se ha enredado.
De vuelta, los amigos
preguntan con envidia
a qué extraños lugares
nos llevó el instinto.
Yo sólo les hablo
de un absurdo cansancio.
A TRAICIÓN
Dos o tres cigarros y un café
frente al mar, casi de noche,
cuando el cielo es una vela morada
y comienzo a sentirme más lúcido,
más vulnerable, más sórdido.
Así me viene aquel tiempo:
estudiante sin dinero ni prisas,
con libros robados bajo el gabán,
ninguna promesa, un incierto futuro,
orgulloso, inútil, primitivo.
Hoy sólo llegan facturas al buzón.
El piso es amplio, casi un palacio,
y el coche me lleva a todas partes.
Después de algunos vaivenes,
he preferido la literatura al amor.
EL COLECCIONISTA
Seducción y tristeza en su mirada.
Un tipo infeliz, solitario, amargo,
de ésos que dicen que el amor un día
su vida cruzó, para no volver;
sutil en la palabra, convincente,
sabe callar, mentir o hablar lo justo;
orgulloso de ser hombre inflexible,
hábil, frío y astuto en los negocios;
oportunista, ambicioso, impaciente,
sediento de poder ganarse a pulso
las monedas; no obstante, alma romántica,
soñador nato de objetos sensuales,
amante de lo exacto y de lo bello;
coleccionista de coches antiguos,
los trata con glamour y cortesía,
pendiente del más mínimo detalle.
En su taller, la perfección soñada es
armónico sonido de motores,
chapa brillante, cromado impoluto,
asiento de cuero, olor a madera,
modelos únicos e irrepetibles.
AMA MUCHO LOS LIBROS
Cada noche dispone un libro
cuidadosamente, como una ofrenda,
en la mesilla, y antes de dormirse
lo abre y acaricia las páginas amadas.
Cuando el sueño está a punto
de atraparlo, sólo entonces,
lee un verso en voz alta,
elegido al azar entre sus páginas.
Sólo profana un verso. Así la noche
comparte con él un minúsculo espacio.
RESTOS DEL VERANO
Después de una mala noche,
nada como sentarse a contemplar el mar.
La brisa te despeja la cara
y algo te dice que es tarde
para cambiar de rumbo.
Despliegas el diario recién comprado.
Por un rato te olvidas de ti.
Maltrecho, cansado, taciturno,
te has quedado dormido sobre la arena
soñando en la apuesta que ayer no ganaste.
“La vida no está hecha para ti”
te dijo la camarera, llevándose
tu último billete.
NAVÍOS Y BORRASCAS
Cartas de amor, hoy barcos fantasmas.
Ocupan un cajón de la memoria,
extraño tesoro salvado de un naufragio.
Si supiera, al menos, el motivo
de ir guardando con celo
la efímera pasión de entonces:
tanta frivolidad o ese entusiasmo
por causas difíciles e insalvables distancias.
Cinta azul, gris, verde...clasificadas,
ordenadas por débiles matasellos,
parecen dóciles, tranquilas barcas
en la orilla, lejos de la corriente.
Hace tiempo que he olvidado
la tormenta que en mí provocaron,
estrellas de un tupido cielo
que hacían emocionante la navegación.
CUERPOS Y OFRENDAS
Las mujeres que sos
en la historia plural
de tu amor monógamo.
Cristina Peri Rossi
Baratos hoteles de una noche,
no podéis devolverme
sus dedos de Atlántico suaves.
Atrás devorasteis, bajo una luz muy tenue,
los mapas, las mareas
de su cuerpo menudo,
el calor de su risa enredada en la mía.
Hoy vamos y venimos hablando de ella.
Hemos formado un club sus incondicionales,
aquéllos que la amamos sin reproche
cuando el viento soplaba en nuestra contra.
Solemos recordarla en círculo fraterno,
discutimos a veces el color de sus ojos
y hallamos consuelo en pronunciarla.
Qué importa que ella nunca nos amara
si han pasado los años y sigue en nuestra lengua
la caracola amarga de sus pechos.
EL VIAJERO DUDA UNOS INSTANTES
En medio del miedo y la sospecha
de haber equivocado la ruta,
miramos la carretera, las señales
que indican el trayecto,
asustados por llegar a un punto
confuso y lejano del mapa.
Convendría parar en el arcén,
estirar las piernas mientras
decidimos un cambio de sentido.
Íbamos con rumbo equivocado,
sin darnos cuenta de lo fácil
que resulta perderse: otra carretera,
otro paisaje, una ciudad distinta,
un yo diferente y novedoso.
Súbitamente la carretera
se bifurca en dos, sin darnos tiempo
a planear un futuro sensato.
A MEDIAS
Mi doble se sienta en los cafés del puerto
tranquilamente a esperar
que los barcos descarguen.
Observa con desdén los movimientos
de la grúa, su ir y venir entre fardos.
Ojea los titulares de la prensa,
le aburre el texto. Apura el café
y algunos cigarrillos con las piernas cruzadas.
Las horas pasan lentas para mi doble.
La observo desde el barco
con interés y hastío.
Tanta indolencia en una muchacha
podría albergar sospechas, si no fuera
porque atentamente vigila
todos y cada uno de mis gestos.
LIBROS VIEJOS
Toda ciudad encierra libros viejos
y cada libro
su vergüenza al abandono,
un temblor minúsculo.
Cubiertas sucias, algo dobladas,
con un color indefinido
y un halo a tiempo muerto,
relegadas entre saldos.
En este anaquel
la vida ha acumulado
descuido y desorden:
entre decenas de títulos vulgares,
he encontrado los pétalos
amarillentos de W.B.Yeats.
CAFÉ BORGES
Un hombre y una mujer
a media tarde
en mesas diferentes,
con tazas diferentes
de café.
El hombre piensa: no merezco estar solo.
La soledad carece de sentido
cuando se es joven y aún quedan
ganas de vivir.
La mujer piensa: merezco estar sola.
No supe usar el tiempo
y he malgastado la compañía
que otros me brindaban.
Él: si al menos supiera
que alguien va a amarme.
Ella: alguien me amó
una vez, he sido afortunada.
El hombre y la mujer beben
el último sorbo y observan
el fondo de la taza.
Ninguno reconoce su egoísmo.
Ninguno tiene valor para enfrentarse.
ESCENAS SUELTAS
Un hombre que atraviesa la calle,
desaparece y vuelve a cruzarla
una hora después
con el periódico en la mano;
un ascensor que secuestra por minutos
a cuatro extraños, incómodos
al compartir tan reducido espacio;
una pareja besándose en un banco,
ajena a las miradas de otros transeúntes;
un tren que arranca con un largo chirrido
desde una vía muerta;
pensionistas absortos en sus naipes
mientras un camarero apila tazas;
un gato al sol, lamiéndose.
La vida pasa lenta.
Un cúmulo de detalles
va conformando una ciudad.
Cada día, entre relojes,
rutinas y desencuentros.
Tan frágil –la vida–
como un carrete de película.
NO AMARÁS
Una mujer camina por la orilla
y el agua va lamiendo sus piernas.
Tan linda, tan menuda,
como una caracola indisoluble.
Aquel cuerpo fue mío –ella lo quiso–
pero hoy es del agua.
El viento del Este está arrastrando
un polvillo dorado hasta las olas.
Sin prisas, empuja los minúsculos
granos que en siglos fue limando.
Tan sola, tan absorta,
en su inmenso reloj de arena.
Su cabello se agita acompasado
igual que un ramo de algas.
Sus manos delgadas me devuelven
un derroche fatal de ternura.
Tanta melancolía me invade de pronto
que aparto la vista y tiemblo.
Su ayer se me dibuja intacto,
más nítido, si cabe, que el presente.
Negando que la amaba
he vivido prendado largos años de ella.
¿Qué será de mí, ahora que tengo
toda la sal del mar en la garganta
y estos celos terribles de que el agua
me la robe por siempre?
ENVÍO
Éste es un libro escrito para amigos, a lo largo de tardes moradas y noches atlánticas. Algunos se reconocerán en estos poemas, como personajes de un tiempo indolente y sereno, con momentos inesperados de felicidad y una dosis elevada de humor. Otros tal vez se sorprendan o no se reconozcan. Por si hay despistados, confesaré que hay poemas escritos para Luis Pereira, Juan José Téllez, Ilya U. Topper, Mané García Gil, Alejandro Luque, Pedro Geraldía, José Ángel Cilleruelo, Jesús Gálvez Yagüe, Juan García Larrondo y Manuel López Doña. Gracias a todos por su amistad.
M.E.
ÍNDICE
LA CASA AMARILLA (Lisboa, 1990)
Viejos amigos
Un invierno en Lisboa
Rua do Alecrim
Domingo de perros
Conversación de rutina
Paraíso
F.P.
Cementerio inglés
La casa amarilla
Jardín botánico
Biblioteca Nacional
VASOS COMUNICANTES (Cádiz, 1988-1989)
La vida inconfesable
El agente doble
Sortilegio
Ariadna
Material de derribo
Ha empezado a caer la nieve
Mirada retrospectiva
Los complementarios
LA CONDICIÓN HUMANA (Cádiz, 1997-2000)
Vida moderna
Dos rosas
La comunión de los infieles
Confidencias
Cualquier enamorado es un merodeador
Billete hacia otra parte
A traición
El coleccionista
Ama mucho los libros
Restos del verano
Navíos y borrascas
Cuerpos y ofrendas
El viajero duda unos instantes
A medias
Libros viejos
Escenas sueltas
Café Borges
No amarás