(Cádiz, 1998-2005)
Hace muchos años, en un oscuro cafetín de Cádiz, le pregunté a Mercedes Escolano si tenía pareja. Se echó a reír, nerviosa, y me confesó que sí, pero que no siempre le era fiel, pues le exasperaban sus celos, sus horarios y la urgencia con que la reclamaba a su lado, pero a pesar de eso no terminaba de abandonarla. Le encantaban sus gestos provocativos, su lengua obscena, el juego seductor que habían establecido. Estaba tan enganchada que no era fácil dejar de verla. Atenta a sus caprichos, acudía a sus citas y entregaba lo mejor de sí. Con el paso del tiempo su amante se convirtió en una tirana y Mercedes decidió dejar de ser un juguete. Cambió de ciudad. Cambió de costumbres. Consiguió alejarse. Aquellos años de ausencia resultaron tan amargos y absurdos que un día regresó a sus brazos. Pero ahora era consciente de la mentira que había estado viviendo y pretendía vengarse. Le pregunté si todo iba bien. Me respondió:
–Me trata mal, como siempre. Pero me fascina. No aguanto sus defectos pero no sé vivir sin ella. ¿Qué haría yo sin la Literatura?
¡Me reí tan a gusto aquella noche! Mercedes (¡qué sinvergüenza!) me había hecho imaginar un rostro de mujer para su amante, cuando no era de carne y hueso. Había jugado conmigo como acostumbra a hacerlo con sus lectores. Me habló entonces de la existencia de estos poemas, y quedé encantado al leerlos días más tarde. Poema y Poeta se entrelazan en estas páginas, se odian y se aman, no saben vivir el uno sin el otro y han optado por un juego empapado de mordacidad, ternura, pasión, melancolía… y venganza.
Mercedes no deja nunca de sorprenderme. Me encantaron aquellos poemas en los que se tiraba de cabeza al mar para buscar islas y naufragios, aquellos en los que Amor siempre salía perdiendo en medio de la jungla urbana, o aquellos otros llenos de la antigua sabiduría pagana de Grecia y Roma. Y ahora, en este nuevo escenario de humor y pasión, nos encontramos inmersos en el diálogo entre Lector, Poeta y Poema; un diálogo que nos seduce desde el inicio del libro y que nos descubre facetas que no conocíamos en esta escritora. Placeres y mentiras –escrito entre 1998 y 2005– ha dormido muchos años en una carpeta, y ahora por fin se despereza y sale en busca de lectores inteligentes.
Gracias, Mercedes, por hacernos cómplices de tu mundo, por dejarnos participar en este combate literario y regalarnos unas páginas tan sabias como amenas.
Juan García Larrondo
Las reglas del juego (Aviso a lectores)
HOJAS EN BLANCO
El reino de la Literatura
Vidas cruzadas
Uno entre muchos libros
Juegos florales
Literatura
Los buenos modales
La noche es amable
Maleta con papeles
El poeta se dispone a escribir un poema
Puta Literatura
Costumbres
Un poema sale de paseo
El poema increpa al poeta, y este se defiende
A pesar de todo
Sin mentiras
El poeta se cita con el poema en la orilla
Veinte años
Un mundo convencional
La sombra del escritor
Mensaje en una botella
Doble música
Bastaría una ligera brisa
En la playa
Añicos
El enemigo en casa (Un huésped llamado Literatura)
El síndrome Bartleby
Las cartas marcadas
In medias res
Placeres
El poeta escribe a su musa
Cuando yo te era infiel
Underwood & Cía.
Son frágiles las palabras
Una vida entre libros
Las trampas del juego
Mis palabras necesitan ser escritas porque son la mentira y sólo escrita es ésta valedera como verdad. La oración la sabemos todos de memoria y no necesita escribirse en ninguna parte.
Álvaro Mutis
LAS REGLAS DEL JUEGO
(AVISO A LECTORES)
Conozco las reglas del juego
pero me aburre cumplirlas. Siempre quise
ordenar el territorio a mi capricho,
disponer los elementos con total asimetría,
mudar las costumbres, sorprenderme,
no aceptar el tópico por bueno,
huir de la comodidad y la rutina.
Tarea difícil, lo sé. No pretendo
ser un poema vulgar, como tantos
poemas vulgares bien construidos
que repiten incansables frases hechas
sin añadir un matiz, un ángulo imprevisto.
Prefiero ser un poema incómodo,
una china en el zapato
que obliga a descalzarse
en mitad del trayecto.
Prefiero ser torpe, desaliñado, irónico,
un mal poema que invite a la ternura,
el desorden, la pasión, el desasosiego.
E incluso, si me apuras,
una espoleta cargada de humor,
de absurdos e ingenuos propósitos.
No hallaréis versos brillantes
ni complicados recursos retóricos que avalen
elevados méritos poéticos.
Hace tiempo que desdeño esos lujos.
Prefiero un tono menor, propicio a la confidencia,
un lenguaje sencillo que roce
sutilmente
el centro de la diana.
Un río, una ciudad, una región, un sueño
pueden estar en los confines del mundo.
Si alguien los alcanza podría contarlo.
Cientos de leyendas tejen nuestras vidas.
Unas historias se entrelazan con otras
urdiendo una trama compleja.
Cuando miro mi rostro me asombra ver
un río, una ciudad, una región, un sueño
misterioso, cargado de fábulas y mitos.
El reino seductor de la Literatura
¿a cuántos ha atrapado, necios
como yo, en sus espejos falsos?
VIDAS CRUZADAS
Esos dos mundos deben ser destruidos.
John Donne
No he sido espada en la diestra del guerrero
ni caballo sudoroso enganchado a su carro.
No he sido duna del desierto
ni oasis que aguarda la sed del nómada.
Mi alma se ha perdido.
Las estrellas se agitan
suspensas en la noche, buscándola.
No he sido astucia ni fuerza.
No he sido metal ni sangre.
No he sido la mitad de hombre que soñaba.
Pero en un verso,
en uno solo de mis versos,
he amado por un instante
al cobarde que he sido,
perdonándole así tanto oprobio.
UNO ENTRE MUCHOS LIBROS
Por fin ha llegado la noche.
Avanzas hacia el fondo de la casa,
eliges su tacto suavísimo,
entras en él con vehemencia.
Hace horas que aguarda,
paciente y orgulloso, la mano
que venga a rescatarlo
del olvido. Sabe
que es el preferido, que regresas
una y otra vez a sus páginas,
aunque te avergüence confesar
debilidad y entusiasmo por su carne.
Entre muchos placeres que brinda
la noche, hallaste el más dulce:
morir de sueño en los brazos
que nunca logran saciarte.
JUEGOS FLORALES
Juan Ramón te enviaría violetas
envueltas en el oro pálido de la tarde.
Machado preferiría las rojas
rosas de Ronsard.
Al alba, Alberti cortaría para ti
un alhelí encalado.
Del mar tomaría Neruda
azules flores casi algas.
Pero entre todas, sé que prefieres
las caprichosas Flores del Mal,
flores enfermizas y malditas
que suscitaron admiración y escándalo.
LITERATURA
Si la ensalivo,
rosa.
Si la beso,
morado
corazón el suyo.
Más lasciva
cuanto más se niega.
Jugosa,
delicada,
arisca.
Entre risas, despliega
aroma a nardo.
Contradictoria y fatal,
me deja
al borde de su pétalo,
sin dejarme
mojar ni un verso.
LOS BUENOS MODALES
Los buenos modales cansan
y es agradable a veces
ser descortés con la vida, no agradecerle
lo mucho que hace por nosotros,
bostezar sin disimulo
o criticar lo que tanto envidiamos en otros.
Los buenos modales aburren
si uno ya ha superado las rimas
y el bello camuflaje de figuras retóricas.
Se limita, entonces, a disfrutar
del juego, sus mentiras,
sus vicios, sus reglas tácitas.
Hace tiempo que saco mis peores modales
cuando escribo un poema,
cuando alguien me pide que distinga
realidad y ficción, esas falsas amigas,
cuando el lector pregunta con voz ingenua
si es hombre o mujer mi personaje.
LA NOCHE ES AMABLE
Lejos del sueño, el poeta dispone
varios libros en la mesilla
como cócteles diversos ante la sed.
Premeditadamente,
con alevosía,
como si la noche fuera muy larga.
Lee durante horas
y termina creyendo las palabras
que otros –igual de insomnes–
inventaron para él.
O tal vez disimula.
Es capaz de cometer pecados
y noche tras noche
sacar de su chistera mágica
páginas en blanco, asépticas:
el sueño de todo lector que se precie.
MALETA CON PAPELES
En medio del desorden de mi vida
los poemas han ido cruzando como trenes.
Hoy solo queda el absurdo
de una estación vacía, el recuerdo de
breves pero intensos viajes.
He recorrido muchos andenes
en busca de un poema
que logre emocionarme y me seduzca,
un cruce de pasión e inteligencia.
No en vano han pasado los años.
No en vano han pasado los trenes.
EL POETA SE DISPONE A ESCRIBIR UN POEMA
—En el cajón de la mesilla— respondes.
Envuelta en un pañuelo
con bordadas iniciales,
pequeña, femenina, dócil,
fácil de manejar, brillante.
Desconozco el calibre de la bala
pero intuyo su precisión,
la recta trayectoria que dibujará
en el aire.
Contemplo las letras bordadas
con paciencia de orfebre:
la M se enlaza con la E
en un forzado arabesco.
—Todo preparado. Cuando quieras.
PUTA LITERATURA
Se acerca con las medias torcidas
y unos labios muy rojos.
Trae el pelo en desorden
y un gesto de cansancio en los párpados.
La miro pasar, como otras tardes,
calle abajo. Con desgana
acude a sus clientes sin sospechar
el terciopelo, la seda, el armiño
que guardo para ella. He dispuesto
toda suerte de lujos en la casa.
Me conformaría con poco:
enderezar sus medias, quitarle el maquillaje,
respirar cerca su carne marchita,
temblar si me mira de soslayo.
Aunque nunca pronuncie mi nombre.
Aunque nunca
quiera encender mi caja de cerillas.
COSTUMBRES
¿Qué fue de aquella adolescente
que acudía a la biblioteca pública
en busca de su ración diaria
de emociones?
¿Aquella que robaba
en pequeñas librerías de la ciudad
y volvía a casa con un botín pirata
y el corazón en vilo?
¿Qué fue de la estudiante de Letras
que se aburría en las aulas,
la lectora voraz,
la tejedora de mitos?
Los libros se amontonan en su casa.
Aún no ha perdido aquella capacidad
de asombro y deleite, aunque confiesa
ser más exigente e implacable.
Los libros le regalaron horas
entrañables. Con ellos aprendió a ser
voluble, caprichosa, traicionera,
cruel como toda criatura literaria.
Si la ves, dile que aún conservo
algunos recuerdos:
poemas emborronados en tinta verde,
apasionadas cartas y diarios feroces.
UN POEMA SALE DE PASEO
1ª versión:
De café en café, con aire distraído
y a un tiempo atento, observa
cómo se despereza la vida alrededor.
Una taza tan pequeña y un día
tan largo de Agosto por llenar.
Aún no dieron las doce y las calles
bullen con calor y prisa
como animal sudoroso. El poema
mira escaparates, sube a tranvías
y baja cuando algo hermoso se le cruza:
un gato –tal vez– convertido en metáfora.
2ª versión:
De librería en librería, con aire distraído
y a un tiempo atento, observa
cómo se despereza la vida en libros
que abre al azar, en busca
de un verso que le sorprenda.
Avanza a un ritmo caprichoso,
pasando las páginas con deleite:
cafeterías, calles bulliciosas, gatos pardos,
escaparates, tranvías sin rumbo conocido.
La ciudad cabe en una página,
cortada como un traje a medida,
más exacta cuanto más irreal.
EL POEMA INCREPA AL POETA, Y ESTE SE DEFIENDE
–– Olvidaste que soy un animal literario,
que un día contaré sin pudor
los detalles más íntimos,
el gesto obsceno, la inexacta
sensación de pérdida y fragilidad
que toda historia conlleva,
nuestro final amable –o torpe–,
los disfraces con que hemos camuflado
la realidad mediocre, la comedia
que hemos estado representando.
¿Acaso crees que perdí por ti
los mejores días?
¿Que tú eras el centro solar de atención
y yo un planeta imantado
a tus caprichos y vaivenes?
Ya ni recuerdo la sarta de mentiras
que fui inventando en cada encuentro,
pero fue excitante ir haciéndote a mi imagen,
modelarte a partir de mi costilla
y hacerte pagar caro la osadía
de querer poseerme.
–– No consigo recordar aquel tiempo
con la fidelidad que a ambos nos gustaría;
recordarlo nítido, sin maquillaje ni trucos.
Solo conservo escenas tergiversadas,
un puzzle donde cada una de las piezas
encaja cuidadosamente con otra falsa.
Sería fácil decir negro si dices negro,
blanco si blanco,
darte en todo la razón para no provocarte
y aparentar ser sumiso,
pero sabrías que algo estoy tramando
nada más mirarme a los ojos.
Ni tú ni yo podemos –a estas alturas–
elegir papeles ingenuos o hacernos las víctimas.
–– Entonces, confiesa
que yo he ganado esta partida
––exigió el poema.
A PESAR DE TODO
A José Ángel Cilleruelo
Elegante, irónica y escéptica. Así era
la mujer que se atrevió a mandarme
su vida por correo, en entregas furtivas.
Folios de extraña y sensual caligrafía:
cortante, afilada, histérica.
Y qué perversa su lengua
si con humor refería
curiosas escenas cotidianas;
ahora se demoraba en detalles,
ahora saltaba de flor en flor
con pinceladas leves.
Yo adoraba sus cartas,
aquel corazón que latía sumergido
en tinta verde, negra, azul
según su ánimo.
Cuánta pasión en la insípida
rutina, cuánta sutilidad e ingenio
en las mentiras que inventaba
para alcanzar un instante de dicha.
Aquel mundo ha muerto.
Aquella mujer ha muerto.
Hoy solo llegan al buzón facturas y añoranzas.
Su piel, su perfume, su letra endiablada
serán hoy de otro amante.
Sabed que aún guardo sus cartas
como lejanas islas.
Para confirmar que un día me amó,
a pesar de todo.
SIN MENTIRAS
Sin mentiras
la vida no puede soportarse, dijo el poema
aquella mañana de Enero
mientras se ponía los guantes de lana.
Un sol pálido, esquivo,
igual que sus ojos. Los desviaba
hacia una playa húmeda y brumosa
cada vez que yo intentaba
colarme en ellos, escudriñar
qué porción de verdad escondían.
Después de todos estos años
no conozco el color de sus mentiras,
y es que hablamos oblicuos,
con los párpados bajos,
sin mirarnos de frente.
A estas horas
todos duermen un sueño
más feliz que el nuestro, fue mi respuesta.
EL POETA SE CITA CON EL POEMA EN LA ORILLA
Mirada y palabra hacen al poeta. Ahí tienes el trabajo que es tu ocio: quehacer de mirar y luego quehacer de esperar el advenimiento de la palabra.
Luis Cernuda
Las gaviotas han ido dejando huellas triangulares
al amanecer. Otras marcas indican
pisadas de hombre y perro
sobre la arena húmeda.
Las mías, tan pequeñas, apenas se hunden.
Voy sin prisas, recogiendo conchas
blancas en un cubo,
esperando que suba la marea.
Que la marea suba
es cuestión de horas.
Que mi cubo esté lleno de versos
es cuestión de paciencia.
No todos los días el mar arroja
la misma dosis de belleza.
VEINTE AÑOS
¡Qué importa que hayan pasado
veinte años de libélulas y vientos de levante,
olas inmensas que han arrasado el litoral
una y veinte veces, si hoy
sigo aprendiendo a usar palabras aprendidas,
palabras que han sonado en mis oídos desde la infancia!
Descubro con asombro y fastidio
que apenas he avanzado en veinte años,
que la torre se derrumba dolorosamente en el folio
si una sola de las piezas no encaja,
que uno avanza y retrocede para ser
siempre el mismo, el que busca,
el que no sabe definir qué es un poema
pero lo siente empujando en su encía
como diente de leche.
Tanto esfuerzo para rozar apenas
el pezón de una palabra.
Cada intento iba provisto de dolor,
mas también de belleza inmediata,
de emoción de pronto desbordada.
Los ojos del poema –crédulos o ambiciosos–
levantan verso a verso en su intento de fuga.
Se burlan de gente como yo, que intenta
apresar el centro mortal de las palabras,
como quien del fruto extrae el hueso prohibido
y de él recibe el sol, la lluvia, la caricia, el asombro
de un mundo cada vez más inútil.
UN MUNDO CONVENCIONAL
A Pedro Pérez Escolano
Un mundo convencional puede quebrarse
con la llegada de una carta; en ella
lo lícito se debate con lo ilícito
y finalmente
resulta perturbador su mensaje.
Cada palabra desvela un mundo oculto
y, más que decir, sugiere
emociones, gestos inconfesables,
secretos a media voz.
Lo insípido se torna sugerente,
lo conocido se vuelve atractivo y novedoso,
lo vulgar toma aires distinguidos.
Su carta ha llegado para agitar
mi vida ordenada y mullida,
para perturbar una identidad
aparentemente sensata.
Me hallaba inmerso en convenciones,
rodeado por un escudo que protegía
los flancos más débiles,
pero su carta ha logrado turbarme
y abrir una herida antigua.
¿Intenta esclarecer, transformar mi vida?
Oculta lo evidente, aquello que nunca se dice.
Bajo su mirada desencantada
esconde una pasión
demasiado peligrosa. Sorprende
el modo elegante y preciso de narrar,
su destreza en el manejo de la sintaxis,
su hábil manipulación de los hechos,
su ironía y poder evocador.
Solo a una adolescente
podría ocurrírsele
seducir a un hombre de cincuenta
hablándole de Mr. Hyde.
LA SOMBRA DEL ESCRITOR
Si concebí la vida como un juego de salón
y acepté sus normas vanas, superficiales;
si aprendí a aparentar lucidez, elegancia,
un falso gesto de equilibrio y mesura;
si encubrí con ingenio errores comunes;
si escondí la soledad, los sentimientos
más humillantes e hirientes;
si fui mentirosa, hipócrita, cínica;
si aspiré a un minuto de gloria
entre el fango; si me burlé de todos
los caminos que conducen al éxito;
si aposté por instinto (y perdí)
repetidas veces sin arrepentirme,
todo lo hice en tu nombre.
Ya sé que no me amas, pero al menos podrías
recordar momentos en que te he defendido.
Cuando todo iba mal y tu mundo se hundía,
era yo quien mataba a tus fantasmas,
quien soportaba tu orgullo, tus desdenes,
quien te acompañaba a casa a altas horas.
Nunca has agradecido estos desvelos.
Soy yo la que ha lavado tus trapos sucios,
y a cambio no darías una palabra amable.
MENSAJE EN UNA BOTELLA
A Johana Ortega Rodríguez
Siempre tuve problemas para enfrentarme a la vida.
Un asco, tal vez, a ensuciarme las manos
con vulgares pócimas, o un miedo a destapar
realidades concretas.
Inventaba verdades
contando mentiras que sonaban bien.
Nunca mentir fue fácil
pero se aprende pronto a burlar las leyes.
Me asustaban las dimensiones de la Tierra,
sus inmensos océanos, sus desiertos sin agua,
tantos caminos que vienen y van a cualquier parte,
tantas lenguas dispersas, misteriosas.
Conforman mi paisaje un puñado de emociones,
una luz cegadora, el olor de las algas,
mareas salobres que traen mensajes
encerrados en botellas: un territorio mítico
que he ido fabulando a lo largo del tiempo.
Ni aventuras peligrosas, ni el riesgo del abismo,
ni la velocidad o el vértigo me atrajeron,
sino un respirar sencillo, a ras del mar,
bajo el sol y los vientos atlánticos.
Esta geografía y su ritmo tranquilo, indolente,
han marcado mis días. Anchas arenas y cielos
cuyos límites se borraban
abrieron una puerta a la imaginación.
Los libros hicieron el resto. Con ellos he viajado
a tierras remotas; con ellos naufragué y alcancé islas;
con ellos me olvidé de mí para encontrarme.
Lo sé: mi mundo no es el mundo de los libros,
ni mi vida se parece a la vida
de algunos personajes que inventé.
Lejos de la vulgaridad, busco el temblor
que llene de contenido ese vidrio abandonado
en las playas de la memoria.
Qué importa que otro sea
el mensaje inserto en la botella
si resulta más hermoso y emotivo,
más irónico y lúcido.
Lo insípido se torna intenso,
lo vulgar adquiere aires de grandeza
si la trampa está bien urdida y mordemos
el anzuelo que habíamos dispuesto de antemano.
Sé que me engaño
engendrando un mundo falso,
pero es dulce la burla
y qué hay de malo en divertirse un poco
si son pocos los días que me quedan.
DOBLE MÚSICA
A Juana Castro
Lejos del estrépito de la ciudad,
las prisas y el aire malsano,
el canto de las currucas
entre las agujas de los pinos
es una herida más que me conmueve.
He cerrado el libro
que siempre me acompaña.
He cerrado los ojos
para que los pájaros penetren
y mis pupilas se limpien
de toda letra impresa.
La música del poema es débil
junto a este trinar silvestre
que inunda el aire de verano.
Pero cuando los pájaros duerman en las ramas
el libro se apoderará nuevamente de mí
y, de hoja en hoja, seguiré las notas
ocultas en el verde.
BASTARÍA UNA LIGERA BRISA
Bastaría una ligera brisa en la cara,
el sopor de los rayos del sol,
la lengua fresca del agua
lamiendo los pies entumecidos
o la noche aromada de jazmín
a través de la ventana abierta.
Con los ingredientes más simples
puede construir un poema
el hombre que ha aprendido a prescindir
de una maquinaria sofisticada.
EN LA PLAYA
Son èpoques, supòs, de lucidesa,
de crisi personal que veim el món
com un teatre d’esgavell i absurd.
Ponç Pons
Sigo mi propio ritmo, aun sabiendo
que me alejo más y más de los otros.
Atrás quedaron aguas turbulentas,
sangre roja sofocada,
días de vino y rosas. Hoy prefiero
tranquilas horas frente al mar,
dormitando en la toalla azul
de un verano largo, inmenso,
ajeno a la pasión, a la memoria.
Lejos de las modas, mis poemas
son cadáveres hermosos, conscientes
de su belleza efímera e inútil.
Acá y allá descubro el torpe hilván,
los hilos rebeldes que escaparon
al control, los retales sobrantes
de un traje demasiado serio.
Rotas las costuras, el poema
se libera de mí y se hace dueño
de su propia muerte, tan pequeña.
Frente al mar misterioso
descubro un mundo ridículo y banal,
poblado de sombrillas y cuerpos fláccidos
expuestos al sol. El dios los unge con sus rayos
y ellos creen en un mundo feliz, con orillas.
Necesito no pensar en nada,
mirar hacia el mar y ver solo agua.
El poema ha comenzado a nadar sin permiso.
Lo veo adentrarse mar adentro, efervescente,
dejándose arrastrar por las olas
como un cuerpo sin peso. Va aprendiendo
a nadar sin metáforas, desnudo.
Sus piernas infantiles
se han convertido en aletas. Todo él
flexible, ondulante, alborozado.
Mientras regresa me fumo un cigarrillo,
tal vez por no sentirme tan a solas.
AÑICOS
Alguien escribirá algún día
que fui un impostor, que no supe
conciliar realidades y sueños, que tuve
miedo a la acción y preferí la calma.
Toda construcción está hecha de añicos,
apuntaba Marcel Schwob.
Uno va construyendo su vida
con retazos insignificantes,
días hechos de añicos,
piezas que no encajan.
La taza preferida cayó al suelo
y hemos ido pegando con torpeza
los fragmentos. Así ocurre a diario,
vamos ensamblando las piezas mayores
pero cientos de esquirlas se pierden
arrastradas por la escoba hacia la nada.
Alguien contará algún día
que fui cobarde, soñador, miedoso,
un hombre triste construyéndose una casa
con fragmentos diversos y extravagantes.
Lo cotidiano es un cúmulo de añicos,
una estructura débil, aparentemente,
que aguanta bien el peso del absurdo.
EL ENEMIGO EN CASA (UN HUÉSPED LLAMADO LITERATURA)
Acostumbrada a la soledad y a una casa
de grandes dimensiones, a mis anchas,
atenta a mis caprichos y un horario peculiar,
me cuesta hacerte un hueco por pequeño que sea
y tropezarme contigo de repente
en los momentos más íntimos, cuando creo
estar totalmente a solas, sin testigos.
Sé que intentas no molestarme,
adaptarte a mi vida en lo posible
y no inmiscuirte en mis asuntos.
Pero hoy te he descubierto hurgando en los cajones
con mis diarios y cartas en la mano,
para luego airear en un poema mis secretos.
Me reprochas lo ingenua que resulto,
la pereza que me invade por las tardes,
el cansancio que pongo por excusa
o mi afición a las mentiras piadosas.
Nada queda de la vibrante muchacha
de aquellas cartas,
de aquellos diarios,
sino cenizas. Y no vuelvas a hurgar en mis papeles
o tendré que echarte de la casa.
EL SÍNDROME BARTLEBY
El cándido nihilismo de Bartleby fue contagiando la última semana
y desestimó la tinta, el papel, el café incluso.
Tal fue la desgana que los poemas se fueron largando
al comprobar que el clima de trabajo se había diluido en agua de colonia.
“Preferiría no vernos”, dije al lejano amante
que regresa tras meses de silencio y guerras sórdidas.
“Preferiría no probarlo”, al camarero
que traía a la mesa un champagne excelente.
“Preferiría no ir”, al mejor amigo del lunes por la tarde.
Y allí quedaron, mustias como flores olvidadas, las propuestas:
el hombre sin cita, sin hotel, sin maleta, sin besos;
la copa que me haría inventar un par de mentiras, probablemente hermosas;
las entradas de cine que rasgarían la niebla de un lunes demasiado húmedo; el poema apenas crecido, solo atisbo torpe
del poema que pudo ser.
Magníficas perspectivas se ofrecen para la semana entrante,
si es que Bartleby no aparece de nuevo
por la puerta de atrás.
LAS CARTAS MARCADAS
El yo que observo desde hace años
me decepciona tanto
que he optado por camuflarlo
entre cientos de folios
y hacer sutil un yo que me era incómodo.
Un escritor
puede matar con premeditación
a sus personajes, matar incluso
su deseo más íntimo de escribir,
adelgazar su yo escribiente
hasta convertirlo en papel en blanco,
puro proyecto
o una falta total de apetito.
El yo que observo desde hace años
ha dejado de tener consistencia.
He olvidado cómo debe responder,
qué debe pensar mi verdadero yo
–el que se oculta– .
A fuerza de omitirlo, he olvidado su nombre.
A fuerza de estrangularlo, ha perdido el aliento.
El que observa,
el que escribe estos versos,
el impostor, hace tiempo
que ha marcado las cartas y juega con ventaja.
Le gusta controlar todos los movimientos.
Pero a veces perder es lo más sensato:
lo sabe quien ha cambiado oros por copas
en el último instante, por evitar sospechas.
Jugar sucio tiene sus límites.
Hay que disimular
y perder algunas manos
antes de arañar el tapete
con un buen poema.
IN MEDIAS RES
A Amador Palacios
Detesto la fantasía, lo cursi, lo exagerado.
Poder contar de un modo natural, sencillo,
el transcurrir del hombre, es mi deseo;
no cargar las tintas,
no precipitar el desenlace,
sino dejar que la historia discurra a su ritmo
igual que un río va lamiendo su anchura,
apoderándose del cauce palmo a palmo.
Sin prisas, mis versos han dibujado un paisaje
de emociones.
Ni sorprendentes palabras ni arriesgada sintaxis
encontraréis, sino un suave pulso,
un agua que hacia el mar resbala
sosegada, con sensualidad placentera.
He aprendido a contener
las fuerzas primarias:
de este modo, lo privado y lo público
son capaces de convivir en un mismo folio,
y puedo confesar sin rubor
que una docena de poemas son salvables
si el río un día se desborda.
PLACERES
Entre los placeres de la piel
y los placeres de la inteligencia
¡cuántas veces he tomado el camino equivocado!
Lucidez, fervor, excitación: eran los síntomas.
Poco importa, a fin de cuentas,
acertar o equivocarse
si, pasado el tiempo,
no valoramos tanto las acciones mismas
como la introspección que provocaron.
Placeres refinados, ¿qué sabéis de mí?
Perversas meditaciones, ¿adónde
pretendéis llevarme?
Mientras mi mano izquierda explora lenta
el pecho izquierdo, la derecha
procura dar caza a palabras fugitivas,
enfilando el galgo tras la liebre.
Finalmente, aparecen sobre el papel
redondas, sensuales
palabras con forma de areola.
EL POETA ESCRIBE A SU MUSA
A Carlos Morales
Bien sabes que te amé, y no me pesa
haberme enredado en tu saliva.
Eras la insolente muchacha que acudía a mi encuentro
con un único guante y un par de manos niñas,
la que empujaba el corazón casi hundido
de los hombres, la cleptómana de libros,
la lectora voraz, la insatisfecha
criatura marina. Consentía tus caprichos
por ver brillar tus ojos como peces inmensos.
Hermosa eras, un rayo en la tormenta.
Aún recuerdo tu risa descarada
y el intenso olor a algas de tu pelo.
¿Qué escondías en el bolsillo triste
de los lunes? ¿Por qué me ocultabas
la caracola agria de tu llanto?
¿Por qué arrastrabas un poniente salado?
¿Qué jacaranda daba sombra a tus sueños?
Bien sabes que te amé, y no he sabido
desenredarme en estos largos años.
Tu imagen me acompaña –curva,
ondulante duna de arena o ánfora–
traspasando las sábanas
sin llegar a derramarse.
CUANDO YO TE ERA INFIEL
Cuando yo te era infiel, los días se me iban en inventar
excusas. Paciente, tú escuchabas mis quejas diarias:
mucho trabajo hasta altas horas de la noche, la casa
en desorden, el teléfono que no ha parado de sonar,
falta de tinta en la impresora… Pasaban las semanas
y ni un solo poema dejaba sobre tu mesa,
pese a haber prometido escribir con constancia.
Excusas para no confesar lo evidente:
mi falta de apetito literario.
Con los años he vuelto a ti.
No por remordimiento, ni por cumplir promesas;
más bien por llenar ese hueco inquietante,
tal vez por venganza.
Quisiera matar a todos y cada uno de mis personajes,
urdir trampas sutiles, tensar los hilos,
dejar pistas dispersas que esclarezcan posteriormente el crimen.
Ahora que te soy fiel y he vuelto a tus brazos amargos,
déjame confesarte las páginas que esconden
cicuta, pistolas, cuchillos, venenos y agujas.
Tienen esos versos la precisión de un dardo.
Atraviesan tu corazón igual que haría una bala de plata.
Son la cuchilla afilada y dócil,
la caja de alfileres aparentemente inofensiva,
la soga que te ata más y más a mí,
¡oh ingenua Poesía!
UNDERWOOD & CÍA.
¿Qué va a ser de vosotras, queridas niñas
(Underwood, Continental, Remington, Olivetti)
cuando deje esta casa definitivamente
y mi familia no sepa qué hacer
con tan pesados hierros?
¿Qué va a ser de vosotros, queridos niños
(libros que ocultáis paredes y mesas)
cuando nadie os quiera entre sus manos
y os vendan al peso con prisas,
sin reparar siquiera en las dedicatorias?
La casa quedará tan distinta y deforme
que no imagino tanta desnudez acumulada.
Vuestras vidas corren parejas a la mía,
hasta que un día nos separen.
Tal vez exista un mundo más allá de este mundo
dedicado al placer,
miles de pasillos con miles de estanterías
con miles de volúmenes bellamente impresos.
Máquinas y libros:
me habéis proporcionado
felicidad lejos del bullicio y la sordidez.
Es hora de daros las gracias
por estar a mi lado en momentos difíciles.
SON FRÁGILES LAS PALABRAS
A Mario Benedetti
Son frágiles las palabras
débiles
artríticas
diabéticas
asmáticas
tienen problemas cervicales
alopecia
cojera
sífilis
miopía
pocos glóbulos rojos
algunas arrastran un cáncer
blando y travieso
una muerte mullida entre algodones
unas más enfermas que otras
unas más bellas que otras
pero a todas las amo dulcemente.
UNA VIDA ENTRE LIBROS
En la calle aguarda el camión de la mudanza
cargado con los libros de una vida.
¿Qué me retiene en estas
habitaciones vacías? ¿Tal vez el olor
que los libros dejaron? ¿Las horas, tal vez,
compartidas en intimidad y tristeza?
Los estantes han quedado desnudos
y los cuartos comienzan a adquirir
un aire de orfandad y sinsentido.
El peso de la tinta,
el peso del papel acariciado,
el peso sutil e ingrávido de las palabras,
¿qué más placer podrían darme?
Abajo aguarda el camión de la mudanza.
Las cajas han sido cuidadosamente apiladas,
como si de fina porcelana se tratase.
LAS TRAMPAS DEL JUEGO
Lector,
a menudo confundes
confidencias cuidadosamente disfrazadas
con la sinceridad imposible y desnuda
de quien urde la trama. Jamás
destaparé el engaño; tan íntimo resulta,
tan pudoroso mostrarlo al descubierto,
que podría parecerte
obsceno ejercicio de memoria.
Placeres y mentiras se entrelazan
como cuerpos sudorosos y tensos
en la seductora página en blanco.
Hace tiempo que Poema y Poeta
pactaron tácitamente
las trampas del juego de la vida.
Lector, sé mi cómplice.
Siquiera por unas horas,
antes de que amanezca.